sábado, 25 de abril de 2009

El elenco

Realmente, cuando las cosas se definen, parece que nuestro espíritu y nuestro cuerpo quedan más livianos, bien dispuestos y listos para enfrentar -y tal vez vencer- cualquier desafío... Es así que estoy sintiendome hoy, después de la primera semana de trabajo de verdad, pues finalmente empecé a ir a las escuelas para dar aulas de teatro y, al contrario de lo que temía, las turmas que conocí fueron simpáticas, bastante disciplinadas y se mostraron sumamente ansiosas y bien dispuestas a comenzar el trabajo, lo que me dejó muy animada (esto, fuera un encuentro maravilloso que tuve con un jardinero de una de las escuelas -y créo que ya sé quién fué que me lo puso en el camino- y que pretendo contarles brevemente). Todavía me falta conocer 5 turmas, y son de barrios bastante problemáticos, pero no quiero aparecer delante de ellos llena de miedos y preconceptos porque tengo certeza de que van a darse cuenta de mi estado de espíritu y esto no me va a ayudar en nada con el relacionamiento y menos aún con el trabajo. La cosa es entrar de frente, con el corazón abierto y toda la fé del mundo, pues ya está probado que el primer paso hacia el éxito es creér que este vendrá... Y yo créo en mí misma y en quien me colocó para realizar esta taréa, pues El debe pensar que voy a conseguirlo, entonces no pretendo decepcionarlo. Puedo reclamar, soltar palabrotas y desanimarme de vez en cuando, pero mientras sienta que hay algo mayor que yo apoyandome, voy a seguir adelante hasta alcanzar mi objetivo (y el de mis jefes, claro)...
Y aquí vá la crónica de esta semana. Espero que no tenga muchos errores de ortografía, mas si los tiene, van a tener que disculparme porque hablando el tiempo entero en portugués, mi español está saliendo bastante damnificado. Imaginen que ahora tengo que usar el diccionario para traducir del portugés al español, cuando antes era ao contrario!...

Poco a poco nos vamos acostumbrando a su presencia en nuestra rutina diaria y familiarizandonos con sus ojos, su manera de andar, su perfume, el tono de su voz, el estilo de sus ropas; empezamos a conocer sus horarios y su trayecto diario, su dinámica y, a veces, hasta su destino o su punto de partida... Todos los días al mismo horario, unos minutos más o menos, y más o menos en el mismo lugar, encontramos los personajes de nuestra vida, gente desconocida con quien cruzamos casi desapercibidamente y con la cual mantenemos una curiosa relación de miradas discretas y silenciosa complicidad... La viejita japonesa, de bastón, condoritos, calcetines y pañuelo de seda en la cabeza, que pasea todos los dias -cuando hace sol- por la cuadra de su casa. Las dos muchachas que van en bicicleta al trabajo y siempre hacen una paradita debajo de los árboles para fumar un cigarro y poner la conversación al día. El hombre que recoge cajas de cartón en su carrito, con el ojo casi cubierto por un enorme abceso que, mientras espera que la usina de reciclaje abra, duerme tendido en el pasto de la casa en frente, al lado de su perro. El muchacho con el uniforme de la gran tienda, impecablemente planchado y su identificación colgada al cuello, que aguarda en el paradero, soñoliento y de cabello todavía húmedo, la llegada del ómnibus. El ciclista de mochila roja que baja por la calle velozmente, seguido por su pequeño y saltón perrito, siempre a punto de ser atropellado por algún conductor descuidado. La mujer que siempre regresa de la féria con un nuevo macetero de flores. El empleado de la carnicería que refriega furiosamente la mugre dejada por los clientes de los anticuchos en la vereda de baldosas blancas mientras la dueña, atrás del mostrador de la caja, toda joyas, maquillaje y tacones altos, lo contempla con aire aburrido. El dueño del pequeño restaurante que, sentado en una de las sillas del local, espera la llegada de la cocinera -inmensa y exhuberante, sujetando su delantal y su toca rojos atrás del motociclista que la tráe- conversando con algún amigo que pasa rumbo a la panadería. El chiquillo flaco y quemado por el sol que llega temprano al lava-coches en su bicicleta reciclada y ruidosa y espera el comienzo del trabajo bebiendo un café y devorando un pan con mantequilla atrás del minúsculo mostrador. Los dos amigos, bien gordos y sudando a torrentes, que salen temprano para caminar por la marginal... Y así, podría colocar aquí centenas de ellos, más o menos importantes, que encuentro todos los días en las calles, en las tiendas, las plazas, los paraderos, en las puertas de las casas, los mostradores de consultorios y panaderías, en el mercado, en los bares... Personas sobre las cuales tejo historias con las informaciones que su rápido pasar por mí me ofrece, hombres y mujeres con quienes establezco un contacto tácito, una especie de encuentro marcado para comprobar cómo vá la vida; gente a la cual, después de algún tiempo, acabo saludando con un breve señal de cabeza o una sonrisa silenciosa... Con algunos hasta me hice más amiga a través de sus perros, lo que en algunos días nos proporciona unos minutos más de conversación agradable.
Y hay de todo en este escenario que es el lugar donde vivimos: personas alegres, personas tan enojadas que hasta dá miedo mirarlas, personas distraidas, tristes y cabizbajas, personas llenas de energía o casi arrastrandose por la vereda, jóvenes y viejas, pobres, abastadas, rápidas, lentas, llenas de motivación o sin ningún sueño, bulliciosas y discretas, sonrientes o profundamente abstraidas por sus preocupaciones. Personas con niños, con perros, con bolsas, debajo de quitasoles, en bicicletas, en autos, en motos, a pié, con taco alto, con zapatillas, con alpargatas, descalzas. Personas receptivas y personas tímidas, gordas, delgadas, bonitas, diferentes, muy feas o terriblemente atractivas... Y yo me pregunto, a veces, cómo sería mi vida si estos personajes no formaran parte de ella, como se quedaría mi caminada matinal, por ejemplo, si no encontrase a la viejita de bastón y pañuelo de seda, o a aquellas dos amigas que chismorrean y rezan el rosário mientras queman calorías, o si no cruzase con la muchacha seria y de uñas rojas a camino de mi trabajo. Será que mi visita a la peluquería sería igual si no encontrara allí a la señora Lucía y a su madre? O entonces, si en la féria no estuviera más la barraca de esa pareja donde compro mi lechuga francesa? De qué modo afectaría mi día no encontrarme con aquel chico que se sienta debajo de la caja de água del supermercado con la mirada perdida en el horizonte?...
Créo que normalmente no le damos la debida importancia a este"elenco" que acompaña nuestra jornada, pero si ellos repentinamente desaparecieran de nuestras vidas, no quedaría un vacío? Pues no forman ellos parte de nuestras experiencias, de nuestro aprendizaje? Su existencia no se entrelaza con la nuestra de alguna manera, ni que séa por algunos segundos, mientras pasan por nosotros? Y nosotros, no formamos parte de su dinámica, del cuadro en el cual se mueven, del paisaje que los rodeia y que se comunica con ellos?... La brevedad no es sinónimo de pobreza o superficialidad, no quiere decir que no pueda acontecer un contacto -un encuentro diario, mismo que breve, puede terminar creando un tipo peculiar de intimidad- una complicidad, una partija. La brevedad puede tener calidad y estos personajes, que mantienen estos cortos encuentros con nosotros pueden, a veces, significar toda la diferencia en nuestra rutina diária.

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