quinta-feira, 12 de março de 2009

Hoy, desgraciadamente, es mi último día de vacaciones... Pocas veces disfruté tanto este tiempo que, antes, acababa siendo aburrido, demasiado largo, el ócio transformado en angustia y ganas de volver al trabajo, pues quedarse en la casa no era realmente un buen programa. Sin embargo, este año fué completamente diferente, no sé si porque estaba realmente cansada después de la actividad enloquecida -y deliciosa- del año pasado, o porque la perspectiva de tener más tiempo para escribir me dejó animada y aproveché estos dos meses para producir y poner al día un montón de textos. Lo malo es que me acostumbré y ahora no estoy con ninguna gana de regresar a la Fundación. Por mí, me quedaba en la casa escribiendo, pero... esas deudas que me persiguen y que preciso honrar no me permiten darme ese lujo. Bueno, menos mal que soy obligada a trabajar en algo que me encanta, eso ya es un gran consuelo!... No sé lo que me espera cuando vuelva al trabajo -pero lo que ya sé no es nada animador- entonces ni siquiera puedo programarme para organizar nuevos horarios de producción literaria. Créo, no obstante, que una de las certezas positivas es que voy a volver a la casa más temprano -horario de municipalidad, de las 13:00 a las 17:00- y no más a las 9 o 10 de la noche, como el año pasado, lo que vá a ser una oportunidad estupenda de escribir más... La cosa, créo yo, es mantenerse optimista y realizar lo que me sea destinado de la mejor manera posible, pues ya aprendí que no sacamos nada con oponernos al poder, sobre todo cuando éste está en las manos erradas. Entonces, vamos adelante y mañana voy a enfrentar mi destino animada y bien dispuesta, lista para lo que venga. No es un contratiempo jerárquico lo que me vá a derribar, no es verdad? Pues a pesar de todo, amo mi trabajo y pretendo realizarlo de la mejor forma posible.
Y aquí vá la de esta semana.

"Nuestro vecino estaba muriendo. Un silencio pesado y agorero se erguía del otro lado del muro, todo el mundo hablando bajito, deslizandose, moviendose despacio para tratar de sujetar a la muerte que rondaba la casa y parecía flotar sobre el tejado como una nube de tempestad... Yasuichi era casado con una brasilera y padre de tres hijos lindos y simpáticos y hacía poco más de un año -como todo japonés que viene a vivir aquí- había viajado a Japón para trabajar, juntar dinero y comprar una chacra acá -pues, como casi todo japonés, también era agricultor- Cuando volvió ya estaba enfermo, sin saberlo.Víctima de algunos síntomas alarmantes decidió ir al médico, que le pidió una serie de exámenes que dieron como resultado una cirrosis avanzada y sin cura, probablemente producto de una transfusión en una clínica en Japón... Una sombra pareció abatirse entonces sobre el hogar y la familia. Yasuichi le delegó los negocios al hijo mayor, pues él ya no podía más hacerse cargo de ellos, y permaneció en la casa para tratarse. Adelgazó asustadoramente y pasó a caminar arrastrando los piés, con la ayuda de un bastón; perdió el color cobrizo y saludable que el sol de diera y se tornó amarillo y demacrado, con los ojos hundidos y opacos. Pero nunca perdió la sonrisa... A veces salía de la casa y se sentaba en el pórtico, con su vientre hinchado y casi sin fuerzas, y permanecia contemplando la calle por horas sin fin, Otras, conversaba con la mujer y los hijos en murmullos, o con los parientes que venían a visitarlo con frecuencia. Si algún vecino pasaba por la vereda él erguía su mano temblorosa y lo saludaba con un gesto vago, siempre brindándole su sonrisa... Sin embargo, era más frecuente ver la silla vacía en el pórtico.
A pesar de ser tremendamente reservados, poco a poco fueron revelando su situación a los vecinos, que diariamente llegaban hasta el portón para preguntar sobre la salud de Yasuichi, y estos decidieron entonces iniciar una corriente de oración por su restablecimiento, actitud que emocionó profundamente a la familia y la aproximó más de todos... Pero también acabó aconteciendo que, con el pasar del tiempo y mismo sin grandes mudanzas en el curso de la enfermedad, el clima de tragedia anticipada fué disipándose, como si una brisa fuera lentamente apartando y disolviendo aquella nube obscura de sus cabezas y, después de algún tiempo, yo podía escucharlos reírse, conversar animadamente, escuchar música, cantar y hasta pelearse con el perro. Sonreían con más frecuencia y cuando Yasuichi se sentaba en el pórtico, todos lo rodeaban y contaban anécdotas divertidas, relataban cómo había sido el día, le traían jugo y golosinas, diários y revistas, le mostraban las frutas y verduras que empezaban a brotar en la chacra y hacían planes para la próxima cosecha... Pero mismo así, en la noche la situación parecía volverse angustiante y a veces yo escuchaba una tos ronca y sofocada del otro lado, voces angustiadas y un extraño arrastrar de muebles. Algunas madrugadas escuchaba el auto salir a toda velocidad y al perro ladrando furioso para el portón que se abría y se cerraba ruidosamente... La muerte continuaba allí, con certeza, pero ahora ellos no le permitían instalarse definitivamente y, después de cada crisis, cuando conseguían traer a Yasuichi de regreso, conmemoraban volviendo a reír, a conversar, a escuchar música y a cantar, y a acomodarlo en su silla llena de almohadones en el pórtico.
Todos los días, cuando pasaba delante de su casa, me preguntaba cómo estarían las cosas allí dentro, si Yasuichi habría tendo alguna mejoria, o si continuaban solamente aguardando un descenlace sin apelaciones. A veces la mujer, doña Nely, estaba en la vereda barriendo o regando las plantas y cruzábamos algunas frases banales sobre el clima, los hijos y los precios de la feria, pero yo no tenía coraje de preguntarle nada. Al verla así, tan animada y sonriente con su escoba o su manguera, nadie habría podido imaginar que pasaba por semejante drama...
Hoy, después de algunos meses de la partida de Yasuichi, me quedo contemplando a través de mi ventana el tejado de su casa, donde algunos gorriones saltan y se peléan, y me pregunto cuántas de las personas que encontramos cada día esconden tragedias -grandes o pequeñas- y, a pesar de esto, consiguen llevar adelante sus vidas, juegan, cantan, desenvuelven un trabajo, concluyen un negocio, atienden gentilmente a un cliente, escuchan los problemas ajenos y ayudan como pueden, llevan a los hijos a la escuela, van a la iglesia, al mercado, al banco, dirigen sus carros y ayudan a quien lo necesita, espantando de alguna forma sus dolores para poder continuar actuando y siendo útiles a la comunidad... La vida continúa, ajena a todos y a todo, esta es una certeza casi cruel. Nosotros pasamos por ella como un suspiro que ella mal percibe en su afán creador, pues si uno se vá, otros cien vienen después de él.
El otro día me quedé profundamente impresionada y conmovida con un niñito que está participando de un concurso de cantores infantiles hace algunos meses y que se distingue por estar siempre con una sonrisa en los labios, bromear con todos y estar siempre de buen humor. En una entrevista con el presentador, acabó revelándonos a nosotros, telespectadores y fans suyos, el drama que vive su padre, víctima de una profunda depresión por haber perdido el trabajo y y no conseguir otro para sostener dignamente a su familia. Todo parecía perdido y sin salida hasta que alguien sugirió que él empezase a acompañar la carrera del hijo (en gran parte porque no tenía nada más que hacer y para sentirse útil de alguna forma) viajando con él y ayudandolo a ensayar y a prepararse para cada presentación. El hombre, a pesar de desengañado y sin fuerzas, aceptó el desafío y ya después de las primeras semanas comenzó a mostrar señales de mejoría, disminuyendo poco a poco las dosis de antidepresivos, con lo que la situación espiritual de la familia se volvió más leve y optimista... Al escuchar al niño contar su historia, muy emocionado, y ver algunas tomadas que la cámara hizo del padre, sentado silenciosamente en las bambalinas, cabizbajo y apático, flaco y avergonzado, me quedé simplemente asombrada. Un niño tan pequeño cargando en los hombros semejante situación extrema y a pesar de ello conseguir esconderla y ser capaz de continuar adelante con tamaña fuerza y optimismo!... Mirando su carita sonriente y morena, a pesar de las lágrimas en los ojos obscuros, me pregunté de repente: ¿Cómo somos capaces de apartar hasta nuestros peores males y continuar viviendo con entereza y coherencia?¿Es algo instintivo, superior al dolor, a la tragedia, al obstáculo, a la muerte? ¿Está implícito en nuestro inconsciente, en nuestra humanidad, en nuestro instinto de sobrevivencia?... ¿Qué es esta fuerza que ilumina nuestras tragedias y es capaz hasta de transformarlas en victorias, en lecciones, en trampolines para nuevos niveles, en puertas para días mejores?... ¿Es la sonrisa? ¿La canción? ¿Es el optimismo? ¿Es el trabajo, el coraje, la rabia, el desafío?... Bueno, tal vez séa todo esto reunido en una sola palabra: Fé."!

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