segunda-feira, 23 de março de 2009

Pequeñas cosas

Aún sin saber lo que será de mi vida profesional -en el sentido de horarios y alumnos, lo que ya es suficiente para dejarme con los pelos de punta- lo que me resta es apegarme a lo que es concreto y real, que no merece ni provoca dudas o disgustos: escribir. Créo que esta es mi única certeza absoluta, la más fuerte e importante, sobre todo porque está funcionando. Revisando mis contadores de visitas (éstos gracias a la diligencia y eficiencia de mi hermana) véo que hay gente de unos lugares que nunca oí hablar leyendo mis crónicas, y otras de lugares que no esperaba, como Rio de Janeiro o Pernambuco... Créanme, ver esos nombres en aquella lista es una de las mejores sensaciones del mundo!... Espero que continúe creciendo y que las personas se sientan de alguna manera tocadas o inspiradas, consoladas e identificadas con mis textos. El mundo está caminando demasiado rápido, dirigido en gran parte por ambiciones y proyectos inconmensurables, y todos estamos empezando a olvidarnos de los detalles, de las cosas simples -ya sé que es una frase muy usada- de nuestra humanidad y de los regalos que Dios coloca en nuestro camino a cada día. No damos más importancia ni valor a estas pequeñas cosas que, en realidad, son los cimientos de nuestra existencia, de nuestros planes y sueños, de nuestras acciones e intenciones. No podemos contar las gotas de água del océanos ni los granos de arena de un desierto, pero sabemos -al acercarnos o tomarlos en la mano- que es así que estos gigantes son hechos y que todo, absolutamente todo lo que existe y sucede funciona de la misma forma. Cada respiración es un segundo más de vida y la vida está formada de infinitas respiraciones. Es esta décima de segundo, cuando el aire entra en los pulmones y le dá el impulso a los latidos del corazón, lo que nos mantiene vivos por años y años... Hay un detalle más importante que éste?...

Me sorprendo constantemente con los milagros que cercan nuestra existencia y que nosotros, en nuestro absurdo y tiránico afán, dejamos pasar sin siquiera darnos cuenta. Qué es necesario, por ejemplo, para darle un nuevo impulso a una vida que está quedandose, gradualmente, parada y vacía? Qué es necesario para devolverle la alegría, la inspiración, el coraje? Cuál es la magia que nos despierta en un instante -mismo después de un largo proceso de rabia y revelación- de nuestro letargo espiritual y emocional y nos empuja a tomar una actitud positiva? Cuál es el motivo para que continuemos vivos, cumpliendo con nuestros deberes y placeres, con nuestra misión?... Pues no es, como se podría pensar, volvernos ricos o famosos, tener poder, ejecutar alguna obra inmensa o un acto asombroso, mudar las reglas del mundo, o siquiera dominar cosas extraordinarias. Miro a mi alrededor y véo a las personas transformandose por los motivos más desconcertantes y, a veces, aparentemente banales: un nuevo amigo, un modesto proyecto que resultó, una participación en alguna institución de voluntarios (ni que séa para quedarse sentado junto a un enfermo a quien nadie visita), un acto anónimo de solidariedad, la adhesión a una campaña por el bienestar de los otros, una manifestación en las calles... Y todavía por cosas más desconcertantes y comunes: una lluvia en medio de una tarde calurosa, una fiesta el fin de semana, el éxito de una receta nueva en el almuerzo de Domingo, unos kilos menos, una llamada, una sonrisa reveladora que atraviesa el salón... En realidad, es con poca cosa que nuestra alma se contenta y es capaz de darle un nuevo impulso a nuestra vida, volviendola más leve y dispuesta al amor, a la caridad, a la risa, a la esperanza. No tenemos que dar dinero, popularidad, poder o cualquier otra cosa impresionante -ni nosotros necesitamos esto-, basta una sonrisa sincera cuando cruzamos con alguien, una caricia en el momento de dolor, una palabra de apoyo, de comprensión, de incentivo, nuestra amistad desinteresada y verdadera. La felicidad viene de una actitud perseverante y caritativa, que ofrece pequeñas dosis de amor de forma constante y fiel, sin distinción, como un océano que éstá formado por minúsculas gotas que, al juntarse, se transforman en esa inmensidad azul y poderosa. Es necesario fijarse en los pequeños milagros que nos tocan a cada paso, viniendo de todos los lugares y personas, y darnos cuenta de cuánta felicidad nos proporcionan, mismo en su aparente insignificancia. Porque es la suma de ellos lo que constituye nuestra felicidad completa. Por qué buscar la felicidad y la razón para vivir en la grandeza de cosas casi imposibles si sabemos y experimentamos que es en las pequeñas cosas donde reside nuestra más profunda alegría y realización, nuestro incentivo más poderoso para llegar más y más alto?...
No desprecio la grandeza y sus manifestaciones -a pesar de que ésta es reservada sólo para algunos- pero créo que ella debe estar construida encima de las pequeñas cosas, encima de los detalles, encima de la verdadera percepción de las sutilezas de Dios. No existe nada, por mayor que séa, que no esté constituido por células microscópicas. No se puede ver la verdad del todo si no se tiene la consciencia de sus infinitas y minúsculas partes.

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