domingo, 26 de junho de 2016

"Patria"

    Este viaje a Brasil el mes pasado trajo muchas cosas a mi memoria, fue un reencuentro emocionante, extraño, con algunas pinceladas de angustia y despedida y al mismo tiempo de recomienzo. Nuevas perspectivas, nuevas formas de relacionarme, de contar mi nueva historia, de ver la realidad, el hoy y el ayer... Dos patrias, dos sentimientos, mucho aprendizaje, nostalgia, tesoros y personas que guardaré con un inmenso amor por el resto de mi vida. Por eso, la crónica de hoy habla de esto: finales, recomienzos, despedidas y llegadas... Y la semana que viene habrá nuevos cuentos.


    Me acuerdo que cuando vivía en Brasil solía observar mucho a las personas a mi alrededor, conocidas o desconocidas, y con frecuencia me sentía conmovida por sus rostros, sus historias -ya fuera que las conociera o me las imaginara- sus voces, los lugares donde vivían o trabajaban, sus familias, sus gestos y expresiones, y de todo aquello sacaba lecciones invaluables que escribía en mi diario y me servían de material para estas crónicas. Casi siempre estaba receptiva y conseguía ser empática, lo que me hacía sentirme un poco más cerca de esta gente, más incluida e identificada con su idiosincrasia, de la cual ahora yo hacía parte, ya que estaba viviendo en su país. Mismo sintiéndome bastante fuera de lugar -siempre una extranjera- era capaz de salir de ese contexto y encararlos solamente como a seres humanos, mis hermanos, a pesar de pertenecer a otra cultura bien diferente a aquella de la que yo venía. Me acostumbré a los negros, los japoneses tradicionalistas y cerrados, los mulatos y libaneses, los italianos y su manera tan peculiar de actuar, a sus acentos y costumbres que, pese a no asimilarlos y hacerlos míos, conseguía entender y aceptar... De todo esto sacaba mis enseñanzas, y así aprendí a crecer, a ser tolerante y grata, a identificarme, a aceptarlos como mis nuevos y definitivos compatriotas.
    En aquella época yo estaba convencida de que mi suerte estaba definitivamente echada y que jamás regresaría a Chile, a no ser en algún viaje de vacaciones... Y mal sospechaba que sería justamente en uno de esos (el primero sólo con mi hija) que tomaríamos la decisión de hacerlo. Y aquí estoy. Y vuelvo a estar pendiente de las personas a mi alrededor. Mis compatriotas de verdad... ¿Es esto lo que hace esta tremenda diferencia en mi grado de percepción, de empatía, de sensibilidad? Porque si los brasileros conseguían conmoverme mismo siendo totalmente extraños para mí, los chilenos lo hacen hasta calarme los huesos, el corazón, el alma... Los miro en las calles, plazas, tiendas, restaurantes, paraderos, vagones del metro, y los siento mis hermanos de sangre. Ricos, pobres, jóvenes y viejos, feos, bonitos, contentos o amargados, son parte de mí, de este país, de esta cultura que compartimos. Son personas en su mayoría comunes, como los brasileros, sin embargo, parece que delante de ellos mi corazón se agiganta para acogerlos a todos. La percepción es completa, constante, amorosa y compasiva como nunca lo fue antes.
   ¿Un país puede hacer tanta diferencia? ¿La patria es realmente otro tema?... Pues ahora estoy convencida de que sí.

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