domingo, 3 de julho de 2016

"La llama del calor humano"

    Día de lluvia, cielos obscuros y frío, pero mi alma está tibia, acogedora, como un cuarto con flores y una chimenea encendida, con un sillón y una frazada, una taza de té, una buena compañía: amigo, perro, libro, película... Estar solo y triste no es una opción, aunque el día esté lluvioso, porque todo tiene su razón de ser y nos trae una lección.
    Y después de toda esta reflexión, aquí va la cónica de la semana, ¡y aprovecho para recordarles que hoy hay cuentos nuevos en pazaldunate-historias.blogspot.com!



    Definitivamente me es imposible no establecer algún grado de intimidad con las personas con quienes me encuentro cada día: el médico, la cajera del mercado, el guardia del carro fuerte, el conserje, la secretaria, la funcionaria de la tienda, el farmacéutico... No importa quién sea ni por cuánto tiempo vamos a estar juntos (si es más, mayor la necesidad del contacto) yo tengo que crear un lazo, una conexión, un tipo de calor que nos haga sentir relajados, cordiales, comunicativos, confiados. No se puede estar cerca de alguien e ignorarlo... No es que haya que salir metiéndole conversación a todo el mundo, hasta porque ni todos están receptivos a un acercamiento, pero creo que hay que prestar atención a quienes nos rodean y aprender a leer en sus gestos y expresiones cuándo están dispuestos a la aproximación. ¡Es tan agradable saludar, preguntar, hacer una broma, comentar, sonreír!... La intimidad, por más breve o superficial que sea, nos recuerda que somos iguales, que podemos escuchar, consolar, apoyar, aconsejar. La llama del calor humano nos une, pero hay que mantenerla encendida.
    No concibo relaciones frías, distantes, indiferentes. Me siento incómoda, recelosa, y me voy entristecida. ¿Qué cuesta una sonrisa, una palabra, un gesto que sea? No nos va a matar, al contrario, probablemente creará poco a poco una red de apoyo a nuestro alrededor. Podremos contar con otros y otros podrán contar con nosotros.
    Creo que en esto soy igual a mi madre, que hacía amistades (mismo que ellas durasen tan sólo el tiempo que ella estaba en un lugar) adonde iba y siempre dejaba un recuerdo agradable y duradero. Lo aprendí de ella y pienso que esa es la forma cierta de comportarse. Valorar la intimidad, la cercanía, la empatía, y practicarlas, puede ciertamente cambiar para mejor nuestro mundo.

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