sábado, 17 de janeiro de 2015

"Sinfonía"

    Bueno, mi corazón ya está cicatrizando y mato la nostalgia mirando las fotos que nos sacamos cuando mi hijo estuvo aquí. Menos mal que consiguieron arreglar mi computador, entonces me distraigo conversando con los amigos, viendo noticias y cosas divertidas, escribiendo y leyendo un libro muy interesante que mi hermana me envió. Se llama "Morir para ser yo", y narra la experiencia de casi muerte de una mujer hindú, cosa que le trajo muchas revelaciones que comparte con los demás... No digo que contiene grandes novedades, porque son lecciones, actitudes y nociones que, en verdad, ya son conocidas por muchos, mas no practicadas por los más diversos motivos. Es que no es fácil desapegarse de todo lo que nos han enseñado, de todo en lo cual nos hemos apoyado a lo largo de nuestra vida, de esas creencias, prototipos, juicios y prejuicios y sobre todo, de los miedos que normalmente dominan nuestra existencia. Nosotros no nos damos cuenta, pero si examinamos a fondo nuestro comportamiento, nuestras decisiones y opciones, nos daremos cuenta que la mayor parte de ellas están determinadas por el miedo a alguna cosa: rechazo, fracaso, enfermedad, muerte, pobreza, ridículo... Es una gama inmensa de temores, de los más simples a los más complicados, pero que si dejamos que nos dominen terminan enfermándonos y hasta matándonos. Nuestra peor plaga es la de no amarnos a nosotros mismos, la de ser demasiado severos y no perdonarnos, la de no apoyarnos y darnos confianza para perseguir nuestras verdades. Y en el fondo, tengo  certeza de que todos sabemos cuáles son y cuán felices y completos nos harían, pero... Tenemos que ponernos a trabajar en eso si realmente deseamos que esta mundo cambie y mejore de  verdad.
    Y muy inspirada y compasiva con mis neuras y creencias castradoras -inclusive las que ya no me sirven más- aquí va la crónica de la semana. Después, voy a continuar meditando en todo esto para encontrar -o por lo menos tratar- mi camino en esta vida... ¡Puchas, la introducción va a salir más larga que a crónica!


    Creo que en las grandes metrópolis el silencio es una cosa que no existe. A no ser,claro, que e cierren todas las ventanas y que éstas tengan un sistema anti ruido, o que uno se ponga de esos tapones para los oídos realmente eficientes, caso contrario, el ruido está siempre presente. No sé si todavía es así en los barrios más apartados del centro. En la calle de mi infancia había un agradable y acogedor silencio que lo abrazaba a uno así que doblaba la esquina desde la avenida y lo acompañaba gentilmente hasta la casa. Daba para escuchar nuestros pensamientos y percibir nuestras emociones con una claridad impresionante y sincera... Pero lo que es aquí, en pleno centro, donde vivo ahora, se escucha siempre ese murmullo, esa especie de fragor sofocado y constante, como si la ciudad quisiera recordarnos su presencia, su tamaño, su poder. A veces parece un mar, otras viento, otras una lluvia torrencial. En algunos momentos nos embala como una canción de cuna, en otros nos mantiene despiertos, atentos, curiosos, expectantes. Es un ronroneo compuesto por el motor de los vehículos, por las voces e las personas, el estruendo de las construcciones, el ladrido de los perros, las sirenas, pitos, bocinas, los pasos, las puertas, las radios y los espectáculos callejeros... Parece que hasta los pensamientos, sentimientos e intenciones de todos nosotros hacen parte de esta sinfonía. Nos llama, nos envuelve, nos amedrenta, nos seduce. ES conocida y extraña al mismo tiempo, arrastra el pasado en dirección al futuro. A veces nos trae recuerdos y nos hace sonreír, como cuando escuchamos un organillo en alguna calle cercana. Otras nos sobresalta y nos preocupa con las sirenas y su grito de urgencia y tragedia... 
    Al fondo, la cordillera es la única que se mantiene en silencio. Desde sus picos nevados nos contempla y nos cuida, silenciando en sus alturas este discurso interminable que la ciudad pronuncia.

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