domingo, 21 de dezembro de 2014

"Esos millones de rostros"

    Y cuando habíamos guardado los abrigos y las medias, he aquí que la primavera nos sorprende con dos días de frío y lluvia cuando, en verdad, el sol debería estar brillando. ¡Hoy es el primer día del verano!... Bueno, pero hoy le estoy perdonando todo a todos porque mañana es el mejor día de este año: mi hijo llega de Brasil para pasar las fiestas -y algunos días más- con nosotros... ¡Cómo lo he echado de menos! ¡No me estoy aguantando en mi pellejo de tanta felicidad! El cuarto está listo, no falta nada en el departamento, ¡tengo hasta el menú de bien venida! (una buena y reconfortante sopita de mamá después de todo un día de viaje)... Ni sé cómo voy a conseguir dormir hoy y aguantar la espera hasta que nos vayamos al aeropuerto. ¡Ni qué decir del momento en que lo vea aparecer por la salida de pasajeros!... Sólo de escribir sobre ello ya me emociona y se me llenan los ojos de lágrimas, pero supongo que las mamás somos así mismo... Quiero sentir su abrazo, escuchar su voz, sentir su perfume, verlo andando por el departamento, comiendo, riendo... Decididamente, esta va a ser una de las mejores navidades de mi vida.
    Y para no volverme loca esperando, aquí va la crónica de la semana.

    ¿A quién mirar en una ciudad donde hay tantos rostros? ¿En quién fijarse en medio de ese océano de ojos, bocas, narices, cuerpos, expresiones? Porque difícilmente te toparás dos veces con una misma persona, a no ser que tengas algún recorrido y horario específicos que hagas todos los días, durante el cual pases por los mismos lugares, como yo cuando voy a trotar a la Plaza de la Constitución (¡si, yo me doy el lujo de hacer ejercicio frente al palacio de La Moneda!)... Pero mismo entre tantas caras que ya identifico como "amigas" y a las cuales saludo, siempre están surgiendo nuevas. Es un desfile sin fin... Yo me cruzo con ellas y me pregunto, abismada: "¿Pero cuánta gente vive aquí?", y luego: "¿Cuántas personas están sólo de pasaje? ¿Cuantas han venido solamente esta vez?"... Cuando nos cambiamos al departamento nuevo hubo centenas de nuevos rostros, pero no fue sólo eso. En verdad, fue como entrar en un nuevo mundo: personas, edificios, tiendas, iglesias, calles, locomoción, mercados, y fue entonces cuando me di cuenta de que esta ciudad alberga miles de pequeños, complejos y completos universos dentro del cosmos que es, y que nosotros formamos parte solamente de uno de ellos. Y ahí me pregunté: ¿Será que este tamaño, esta división provocada por él, es lo que nos aleja, nos separa, nos hace desconfiados, nos rotula? ¿Es este el gran problema de las grandes metrópolis? ¿Si fueran más chicas habría menos violencia, más cultura, menos prejuicio, más unidad, más igualdad?... Pero las ciudades tienen hambre de espacio, de poder, de lucro, y se olvidan de esos millones de rostros que se desplazan por sus entrañas. Ellas no tienen ninguno y, al mismo tiempo, los tienen todos, por eso es tan difícil definirlas, porque cada universo, debido a la inmensidad de ese todo, sólo ve su parte, entonces no consigue identificarse ni sentirse como una unidad con los demás.
    ¿Entonces, hay que disminuir el tamaño de las ciudades? ¿O será que necesitamos aumentar el tamaño de nuestros corazones?

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