sábado, 13 de dezembro de 2014

"Arrojar una piedra al agua"

    Está todo casi listo para la llegada de mi hijo, entonces me he dedicado a mandarle un mensaje diario haciendo la cuenta regresiva hasta el día en que ese avión aterrice en Pudahuel y finalmente pueda abrazarlo y llorármelo todo... Y debo decirles que mi hijo tiene el abrazo más delicioso que he probado, entonces, imagínense lo que será sumergirme en él, sentir su perfume, su calor, su respiración -que él va a tratar de controlar para disimular que está todo emocionado- escuchar su voz, verlo andando por el departamento, durmiendo en la pieza que le he preparado... ¡Ah, va a ser demasiado bueno!... Les deseo a todos un regalo como este en esta navidad.
   Y parece que el frío decidió rendirse, entonces estamos con unos días preciosos, templados, con viento fresco y perfume, mangas cortas y ventanas abiertas. ¡Parece que todo se conjuga para que nuestras fiestas sean perfectas este año!...


    La programación de navidad de los canales de televisión suele ser bien tirada de las mechas y bastante ingenua y obvia, pero tengo que admitir que de vez en cuando tienen sus aciertos y a veces pasan unas películas preciosas, que lo dejan a uno pensando y revisando actitudes, intenciones y pretensiones. "El ángel de vidrio" es una de mis favoritas. La he visto más de una vez (porque esa es otra tendencia de los canales: repetir los mismos filmes cada año) pero siempre consigue emocionarme y hacerme reflexionar. No es una película pretenciosa, ni muestra alguna cosa sobrenatural o fantasiosa. Son  varias historias, unidas por la imagen de un pequeño ángel de vidrio, de esos que se colocan en el tope del árbol de navidad, con excelentes actores -que, por algún motivo especial, concordaron en participar del filme- que muestran cómo Dios actúa en nuestras vidas en todo momento, de las formas más creativas y encantadoras, a veces desconcertantes, sin importar nuestro grado de fe, ni siquiera si somos religiosos o si ni siempre nos comportamos de manera cierta. El se hace presente, natural o sobrenaturalmente, y nos da la oportunidad de sentirlo, de descubrirlo, aunque no sepamos describir o rotular su presencia, de practicar el amor y la compasión, el desprendimiento, la entrega, la comprensión y la caridad... Claro, Él nos hace sentir su presencia primero, de las formas más sorprendentes y gentiles, y después nos invita a imitarlo. Lo genial es que a Él no parece importarle cuánto nos demoremos en entender y actuar, así como tampoco le interesa cómo decidamos hacerlo. Lo importante es que lo hagamos, porque hacer el bien de cualquier forma es como arrojar una piedra al agua: crea infinitos círculos a su alrededor. Así, una buena acción siempre, siempre tiene eco.
    ¡Ah, si todos estuviéramos más atentos a los gestos de Dios en nuestra vida! ¡Cómo nos cambiaría y cambiaría este mundo!...

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