sábado, 7 de junho de 2014

"Otros paisajes"

    Si la cordillera ya estaba preciosa con las primeras nevadas, ahora entonces, está simplemente de cortar el aliento. Hace un frío tremendo y en el sur está quedando la cagada, pero mismo así, yo me lo paso largos ratos sentada en el sofá de la sala mirando por el ventanal hacia esa visión deslumbrante, agradeciendo a Dios por estar aquí, ahora, y por el privilegio de tener este cuadro desde todas mis ventanas, porque es algo que mi corazón ansiaba hacía mucho, mucho tiempo. Esta masa rocosa hoy cubierta de blanco inmaculado era lo que más echaba de menos, porque es una especie de faro, de guía, de inspiración, de invitación a la batalla, a la renovación, a la voluntad y la persistencia, a la paz, a la certeza.
    Y huyendo por algunos momentos de su hechizo poético y feroz, me siento aquí para escribir la crónica de la semana. Quién sabe más tarde esa blancura toda no me inspire otro cuento... Ya tengo algunas imágenes y frases dándome vueltas en la cabeza...


    "El tiempo pasa". "El tiempo no para". "Uno no se pone más joven"... ¡Y cómo le tenemos miedo a estas afirmaciones!... Tanto, que a cada rato vemos a personas que hacen las cosas más absurdas y radicales para evitar, de alguna manera, que esta ley de la vida se cumpla en ellas. Sé que últimamente ando escribiendo mucho sobre el tema de la llegada de la vejez, porque no se puede negar que es algo realmente chocante y bastante desalentador percibir cómo uno se va llenando de arrugas, canas, achaques y flaccideces, pero creo que volverse adicta a cirugías, dietas, ejercicios y modas estrambóticas para tratar de detener este proceso es algo inútil y humillante, es el peor y más triste de los engaños. Porque la verdad es, exactamente, lo que esas primeras tres frases rezan y no hay nada ni nadie capaz de cambiarlo. No existe tratamiento, cirugía o moda que nos de un segundo de tiempo más. El mejor cirujano plástico no conseguirá, por más que nos estire la cara, nos levante los senos y elimine o aumente las curvas de nuestro cuerpo, que éste rejuvenezca, que deje de deteriorarse y llenarse de limitaciones. Por fuera podremos impresionarnos con el aspecto de estas personas que acuden a estos subterfugios, pero la verdad es que, biológicamente, ellas continúan envejeciendo y acercándose a la muerte.
    La vejez puede no ser el período físicamente más agradable de nuestra existencia, pero no por eso debemos quitarse su dignidad y disfrazarlo con trucos inútiles que, a veces, tienen resultados desastrosos, que bordean la monstruosidad. Nadie quiere verse arrugada y fláccida, es propio de nuestra vanidad y nuestro temor a la muerte, pero este es el proceso natural. Uno no anda por ahí pintándole las hojas de verde a los árboles en el otoño, ¿verdad? Sabemos que es un ciclo que debe cumplirse y que ellos volverán a llenarse de follaje al llegar la primavera, entonces no hay ningún drama, lo aceptamos como un hecho normal... ¿Entonces por qué no podemos tomarnos con la misma naturalidad nuestro propio final de primavera? Todo tiene belleza y fealdad, ventajas y desventajas, pros y contras, y así es también en cada fase de nuestra existencia. La vejez tiene desventajas físicas, pero tiene enormes ventajas psicológicas y espirituales. Tenemos que aceptar con serenidad y dignidad que no podemos luchar contra el paso del tiempo. Esta es una batalla perdida... Entonces, dejémoslo venir como lo hacen los árboles, dejémoslo transcurrir y llevarse lo que debe llevarse. Permitámosle dejar sus marcas, sus avisos. Usémoslo bien, a nuestro favor, seamos como un cofre que, en vez de irse vaciando, se va llenando, colmándose y al mismo tiempo volviéndose leve, desprendiéndose y mirando hacia otros paisajes, sin miedo de encarar el espejo y su reflejo de despedida.

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