sábado, 21 de junho de 2014

"El box número 6"

    Bueno, y parece que finalmente el invierno llegó, y llegó con pica, porque hoy día hace un frío de matar. ¡Hasta voy a tener que ponerle sus capitas a mis perritas cuando salgamos a pasear!... Creo que tendremos pocos días bonitos a partir de ahora, porque han anunciado mucha lluvia, lo que es bueno, porque este año hubo sequía en algunas regiones y las cosechas se vieron afectadas. También va a ser bueno para mejorar la calidad del aire, que está pésima. La neblina de estos dos días ha ayudado bastante, pero no va a durar para siempre. ¡No estamos en Londres!... Y después, cuando haya un día de sol, va a ser espectacular, entonces, estos días nublados y lluviosas van a valer la pena. EL sol será esperado con ansias y recibido con alegría, así como la lluvia, a pesar de ser medio incómoda.
    Yo tengo la suerte y la bendición de no tener que salir a trabajar (ahora soy una respetable señora pensionada) y de poder quedarme calientita en mi departamento. Sólo salgo para pasear con mis perritas y para hacer algunas compras, pero después de eso puedo quedarme aquí escribiendo, oyendo música o viendo televisión, cocinando, jugando con las "chicas", preparando una rica sopa para mi hija que llega medio congelada del trabajo... ¿La vida que le pedí a Dios?... Esa misma.
    Y aprovechando que el vecino dejó de enloquecerme con su taladro (creo que está cambiando el piso o algo así) aquí va la crónica de la semana:


    Cuando tuve que hacerme el tratamiento de kinesioterapia por causa del del dolor en el cuello, tenía que bajar al subterráneo del edificio de consultas, donde atendían en una gran sala pintada de un horrible color rosado, en la cual siempre estaba sonando música de una emisora que sólo tocaba canciones de los 60, 70,80... Había unos cuadritos ingenuos, artesanales, camillas forradas con papel, sillas viejas e incómodas, aparatos jurásicos y ruidosos que rodaban de un lado a otro, diligentemente empujados por el kinesiólogo jefe e sus ayudantes, en su mayoría estudiantes en práctica. Era un ambiente medio decrépito, pero eso era compensado por la atención rápida, eficiente y calurosa de los encargados. Uno era prontamente recibido con una alegre sonrisa y un beso y conducido al lugar de tratamiento en medio a una charla liviana y animada... Era un excelente comienzo, considerando el dolor que uno podía llegar a sentir.
    La gran sala había sido sub dividida en unos 10 o 15 boxes de madera compensada, pintados de verde o azul petróleo, y que contenían una camilla, una silla y una percha. La privacidad era garantizada por una cortina roja, pero esto en realidad era más una manera de decir, porque en verdad uno podía escuchar todo lo que sucedía alrededor.
    Mi box era el número 6, y a través de las finas divisiones del compensado yo acababa enterándome de muchas cosas mientras soportaba el calor o los rayos láser de algún aparato prehistórico en mi cuello... ¡Y cómo había historias!... Los pacientes, en su mayoría de edad y provenientes de lugares distantes, le confiaban a los profesionales todos sus secretos y dificultades, no sólo aquellos físicos por los cuales habían llegado allí, mas también aquellos del corazón, del trabajo, de la familia, de las necesidades. Los grandes y pequeños dramas de sus vidas eran también "atendidos" y consolados en esos boxes... Y yo escuchaba y aprendía, meditaba, comparaba, me conmovía, me sonreía... A veces me reía escuchando los ronquidos estentóreos de mi vecino, que trabajaba de noche y por eso se dormía durante el tratamiento. Otras me preocupaba por la situación del padre hospitalizado de la vecina del otro lado. Algunas me admiraba el coraje y el optimismo de alguien a quien había visto llegar en silla de ruedas o caminando dificultosamente con muletas... Cada uno tenía su historia, su experiencia para contar, sus personajes, sus pequeños logros y desalentadores fracasos o frustraciones, sus alegrías y recompensas... Eran únicos, pero mismo así tenían algo en común, que siempre me emocionaba: su coraje y fe delante de sus vidas sacrificadas y llenas de tropiezos y tan pocas alegrías, con sus dilemas, esperanzas, sueños y, sobre todo, su tenacidad a prueba de todo.
    Así, cada día de ese mes en que estuve yendo a hacerme el tratamiento no sólo salía de allí con el cuello un poco mejor, sino también con una valiosa lección aprendida y con el corazón agradecido por todo lo que tenia el privilegio de poseer -material y espiritualmente...
    Sinceramente, después de escuchar todos aquellos relatos a través de las paredes del box n°6, me habría dado vergüenza abrir la boca para reclamar de cualquier cosa.

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