sábado, 1 de junho de 2013

"Contagioso"

    Bueno, supongo que también saben lo que pasa cuando uno sale de vacaciones, mismo que sea por cuatro días... Uno hace la maleta y pone adentro el cuaderno de apuntes y la lapicera y el laptop y se sube al auto totalmente convencida de que tendrá un tiempito para sentarse a escribir en alguno de los acogedores rincones del hotel porque, a final de cuentas, Valparaíso es una ciudad llena de encantos y vericuetos inspiradores, entonces... Pero así que llega y bota las maletas encima de la cama y se reúne con el resto del grupo para empezar a discutir sobre las visitas, los restaurantes, los ascensores, playas y lugares que no se puede dejar de visitar, a uno le empiezan a bajar unas dudas tremendas sobre la real posibilidad de llegar a escribir una palabra que sea... Y efectivamente, después de días llenos de visitas, subidas y bajadas de dar vértigo, miles de fotos y recorridos fascinantes por lugares maravillosos -como la casa de Pablo Neruda y sus cinco pisos delirantes- lo único que uno hace cuando llega a cualquiera de los acogedores rincones del hotel es tirarse en el sofá más cercano y quedarse en estado de choque de tan cansada. Y no es que no le vengan ideas a la cabeza, pero se está tan cansada y repleta de información que necesitaría algunos días para procesarla y transformarla en algo literario... No digo que no conseguí tomar algunas notas, pero sentarme a postearlas me pareció un crimen, sobre todo considerando que teníamos tan pocos días para disfrutar de Valpo y sus peculiaridades, históricas y prosaicas... Menos mal que nos volvimos a Santiago justo antes de que se desatara el segundo diluvio universal, entonces aproveché los días de lluvia para poner todo al día y así no sentirme tan culpable por haberlo pasado tan bien, olvidándome de mis deberes literarios.
    Y ya de vuelta a las deliciosas rutinas que hacen de la vida un encanto cuando no te destruyen, aquí va la de la semana:


    Allá viene él, arrastrando su cuerpo gordo y desaliñado como si fuera un fardo insoportable, con sus zurradas sandalias café y las medias de algodón blanco, anteojos empañados de grasa, cabellos aceitosos y en desorden, ojos de total desinterés, la espalda curvada por un peso invisible e insoportable. Camina sin un rumbo muy determinado, llevando a dos poodles blancos amarrados en unas correas que cuelgan como dos huiros secos de sus manos morenas. No habla con nadie -pues a pesar de que pasea casi todos los días por este lugar, parece no haber hecho amistad con las personas que están siempre por aquí- y está todo el tiempo con esa expresión de aburrimiento y total desinterés. Traer a los perros a caminar en la mañana, no muy temprano, parece ser algún tipo de doloroso castigo impuesto por una mujer tirana o unos hijos dominantes, al que él se muestra tristemente dócil y resignado... Francamente, no me lo imagino discutiendo con alguien para defender alguna opinión. No, este tipo parece alguien a quien ya no le importa nada, que pasa los días  echado en una poltrona viendo televisión y sólo se levanta para comer, ir al baño o dormir. Más rezonga que responde cuando le preguntan algo, pero en general su opinión no debe ser muy requerida, entonces se lo pasa en silencio, con la mente vacía, el cuerpo lacio, sin ganas de nada... Sin embargo, lo que realmente me da pena cuando me cruzo con él son esos dos poodles. ¡Los pobres tienen una expresión tan aburrida y andan con tanto desgano! Ni siquiera tiran de la correa para dar unas alegres corriditas atrás de las palomas o cabriolar por el pasto. No, en  vez de eso van por ahí soltando unos suspiros lastimosos, suben apáticamente a los canteros para hacer sus necesidades y en seguida regresan junto a su dueño con pasitos tímidos y apocados, como si tuvieran vergüenza y lástima del humano al que son obligados a acompañar. Pero  en el fondo lo que deben tenerle es un tremendo resentimiento, porque es su comportamiento aburrido el que determina el ritmo del paseo y, aunque estén disgustados, no pueden evitar asemejarse a él. Creo que ya están hasta resignados, entonces van por ahí, de cabezas gachas y colas caídas, orejas mustias, ojos húmedos de secreta ansiedad, andando desganadamente entre el mar de gente que circula por el paseo, imitando con secreto rencor a este dueño aburrido y desengañado de la vida.
    Yo los veo pasar y me admiro al comprobar cómo el ser humano tiene la capacidad asombrosa de contagiar a todo lo que lo rodea con su propio carisma. Cuartos, locales de trabajo, animales, novios, hijos, autos, jardines, todo refleja su estado de espíritu, sus creencias, sus sueños, sus decepciones y frustraciones, su rabia, su felicidad. Si nuestro espíritu está en caos, todo a nuestro alrededor será un desorden total. Si estamos felices nuestra casa se verá iluminada y armoniosa. Si tenemos buen humor nuestras mascotas usarán collares o pañuelos de colores y con estampas divertidas. Si estamos enamorados colocaremos flores en la ventana... Así, nuestro carácter es, efectivamente, contagioso porque, queramos o no, tiñe el mundo en que vivimos y a las personas con quienes nos encontramos, afecta todo y a todos. Mucho  -o quizás todo- puede ser dicho sobre nosotros observando nuestro escenario, por eso hay que trabajar  y esforzarse para estar bien, para que acontecimientos y personas positivas hagan parte de nuestra vida, para cultivar la compasión, la generosidad, la responsabilidad, la gentileza y la buena voluntad, pues así todo lo que se relacione con nosotros será un regalo para el mundo y contribuirá para su ppaz y su felicidad.

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