sábado, 18 de maio de 2013

"Cosas conocidas"

    Y eso es lo que pasa cuando uno se muda de departamento: todo queda patas para arriba y las rutinas se van al diablo... Infelizmente, todavía no nos cambiamos a nuestro departamento definitivo, pero decidimos salir del condominio donde estábamos porque ya no aguantábamos más a los vecinos. Era un tal de fiestas escandalosas todos los fines de semana -y a veces en medio de ella también- peleas, gritos, perros ladrando y niñitos con rabietas homéricas, tipos siendo presos por vender ropa robadas, sesiones de sexo en stereo y prostitutas siendo empujadas de los balcones, más la mala educación y sinvergüenzura de algunos conserjes, que simplemente nos hartamos y pedimos para que nos cambiaran de edificio. Gracias a Dios el hotel tenía algunos departamentos en el condominio vecino y para allá nos fuimos con camas y petacas... Es algo menor -si  esto puede ser- que el otro, pero está en el primer piso y las ventanas dan para un patio de piedras bastante singular. Por la mañana el sol entra a raudales y calienta las habitaciones deliciosamente, el televisor es de mejor calidad, tenemos el gimnasio y la lavandería en el mismo corredor y el baño es un poco más grande, con un armario espectacular... En fin, que ahora dormimos como troncos, no tenemos vista a ningún balcón de vecino y los conserjes son bien educados y, hasta el momento, totalmente decentes. El silencio aquí es delicioso y hasta tenemos un pequeño espacio con un escritorio y unas repisas donde podemos poner el computador y digitar sin quedarnos curcunchas.
    Y con todo esto, como pueden imaginarse, la semana pasada fue medio difícil escribir, pero como ya está todo en sus lugares -aunque un poquitín más apretado- y yo estoy sola en el departamento (del cual estoy totalmente enamorada) entonces aquí va la crónica de la semana.


        Paso cada mañana por varias calles, frente a edificios, doblo esquinas, camino junto a canteros y negocios de todo tipo, estacionamientos y kioscos y siempre me sorprende percibir cómo cada uno de los que se mueven en estos lugares parecen haberlos hecho suyos. Se ven cómodos, relajados, dueños de la situación. Cada cual conoce su territorio, dónde empieza y hasta dónde va, y estos límites casi pueden tocarse de tan claros. Parecen conocer a todos los que pasan, cada piedra, cada árbol, cada pared y puerta. Son suyos y los cuidan, los protegen, no admiten invasiones... Es lo que conquistaron, lo que conocen y dominan, donde encuentran felicidad y prosperidad.
    Todos queremos cosas conocidas, queremos estar con personas y en lugares donde nos sintamos cómodos, protegidos y tranquilos, por eso tenemos la costumbre - en parte por auto preservación-  de crearnos territorios donde nos movemos con absoluta desenvoltura y seguridad. Son calles, cuartos, edificios, parques, tiendas, espacios donde somos como los dueños, desde los cuales podemos ver mejor a nuestro alrededor, aclarar nuestras ideas, planear nuestro futuro y llevar a cabo nuestras rutinas y sueños, donde podemos reponer nuestras energías e inspirarnos. A nadie le gustan mucho las sorpresas ni tener que abandonar su zona de confort para enfrentar desafíos inesperados. Parece que echamos raíces en ciertos espacios y los volvemos nuestros, les imprimimos nuestro carisma, los pintamos con nuestros matices y los ordenamos a nuestra conveniencia, para que sirvan a nuestros propósitos y a nuestras posibilidades. Un pequeño y completo universo que tiene perfecto sentido dentro del universo infinito que no comprendemos  ni imaginamos y en el que somos menos que un grano de arena. Pero es esta creación la que nos hace sentirnos únicos y seguros, importantes, pues en ella somos alguien, jugamos un papel insustituible que de alguna manera afecta y puede cambiar el universo de los demás. Conseguimos de alguna forma, mismo siendo seres individuales, crear y mantener estos mundos separados para que funcionen como una sola cosa que nos haga crecer, avanzar, madurar y realizarnos en todos los sentidos.
    La unicidad del ser humano y sus ambientes -que son tan peculiares cuanto él mismo- es lo que torna esta vida tan fascinante, tan llena de sorpresas y diversidad. Entramos y salimos constantemente de nuestro hábitat para actuar en el de otros, pero siempre llevamos algo nuestro, dejamos nuestra marca, así como otros dejan su huella en el nuestro, y es este intercambio, esta herencia, que unos dejamos en el mundo de los otros lo que puede ocasionar los grandes cambios que harán nuestra existencia mejor, más valiosa, sabia y compasiva.

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