sexta-feira, 7 de dezembro de 2012

"Oportunidades"

    Hoy estoy sola en nuestro departamento porque mi hija se fué por el fin de semana a La Serena con su novio, entonces aproveché para salir a hacer las últimas compras de navidad, darme un pequeño baño de belleza, incluyendo manicure, poner la música que adoro y sentarme aquí para  escribir. Entre hoy y mañana quiero poner al día mis escritos, que han estado bien abandonados por culpa de nuestro pequeño maratón de compras de navidad antes de que, simplemente, no se pueda más entrar en las tiendas... Bueno, no es que el resto del tiempo la cantidad de gente disminuya, pero por lo menos los vendedores no están totalmente fuera de sí ni los productos desaparecen antes de que uno decida comprarlos. Fué así que perdí un precioso juego de bolas plateadas para el árbol de pascua... ¡Me dí vuelta para ver unas lucecitas en otro estante y cuando volví, mis bolas habían desaparecido! Entonces decidí agarrar y cargar todo lo que me fuera gustando, porque si no iba a perder el resto de las cosas también. ¡Pobre vendedor, cuando me vió con aquel montón de bolas, luces, angelitos, nacimientos, estrellas y guirnaldas pensó que había hecho la venta del año! Debían ver la cara del pobre cuando sólo puse menos de la mitad de la mercadería en el mesón de la caja... Bueno, es la ley de la selva, tenía que proteger lo que me había gustado para después poder escoger con calma. Pero tengo certeza de que el vendedor sacará una buena comisión de todas maneras, porque esa tienda vive absolutamente llena, entonces no me siento tan culpable por no haberme llevado todo. Además, nuestro departamento es tan pequeño que si le ponemos algo más nosotras vamos a tener que salir. Criamos nuestro "rincón navideño" en la mesita de arrimo con velas, un pequeño árbol -que ya viene con las lucecitas incluidas- y unas hojas brillantes que mezclamos con las flores naturales del florero. La lámpara tuvo que irse encima de uno de los pisos de la cocina, pero quedó bonita. También colgamos un adorno con palomas plateadas y una campanilla del riel de la cortina, y cuando hace viento, escuchamos su sonido suave y alegre... Claro que no podemos cerrar la cortina, pero no nos importa porque nos encanta la luz que entra por la ventana.
    Bueno, y dejando de lado tanto detalle sobre nuestra decoración navideña, es mejor que postée la crónica de hoy antes de la cena, porque es bien larga. En todo caso, espero que la disfruten. Dense un descanso entre las compras y el trabajo y léanla.


    Estoy segura de que ya me conocen. Casi todas las tardes aparezco en la fuente de la iglesia  con mi bolsa de pan añejo y me instalo allí, frente a la enorme puerta, a la sombra del água que refresca el aire. Si miro a mi alrededor no véo muchas de ellas, pero presiento que están por ahí, al acecho, haciendo cuenta que no están interesadas, pero sé que basta arrojar el primer puñado de migajas para que se lancen al aire en graciosos revolotéos y vengan a aterrizar a mis piés, emergiendo no se sabe de dónde, arrullando y abriendo las alas, inflando el pecho y posando de dueñas del pedazo... Y casi de inmediato, como una especie de efecto colateral, aterrizan los gorriones, tampoco sé de dónde, y se meten osadamente entre el enjambre que se agita para agarrar su parte del banquete. Las palomas les lanzan una ojeada de soslayo, algo incrédulas con su insolencia, y después de algunas cortas amenazas y persecusiones, parecen cansarse de su saltitante rapidez y los dejan robar su parte, ya que es mínima. Tal vez se den cuenta de que, con su tamaño, habrá lo suficiente para todos.
    Poco a poco, algunas palomas más osadas vienen rodeando, rodeando, van y vuelven, me observan furtivamente, de medio lado, y se van acercando con cautela, listas para huir a la menor señal de peligro, hasta que, más confiadas, terminan paseando entre mis zapatos para comerse las migajas que caen allí. Estas no se asustan con el ruido o el revolotéo de la bolsa de plástico en que traigo el pan, ni con los autos que salen del hotel, los niños que pasan y gritan entusiasmados e, impajaritablemente corren atrás de ellas, tentados al ver tanto pájaro junto. Inclusive desprecian olímpicamente a los turistas que aparecen para sacarles una foto y a los operarios que están arreglando la calzada... Sé que los buenos frailes las espantan a escobazos para que no ensucien los tejados, los portones y las esculturas, y ellas hacen como que se van, se esconden en los árboles y cornizas cercanas y siempre acaban volviendo, sobre todo si hay alguien como yo, que las tienta con sabrosas migajas de allullas, marraquetas y pan de molde...  Estoy convencida de que los franciscanos, a pesar de todo su cariño por los animales, deben odiarme.
    Sin embargo, y a despecho de toda la propaganda adversa que reciben (infecciones, piojillos, suciedad, plumas) las palomas, así como casi todas las criaturas que nos rodean y comparten con nosotros este planeta, tienen algunas lecciones que enseñarnos, si les prestamos un poco de atención.
    Yo ya había notado que existe una enorme cantidad de palomas mutiladas por causa de los cables de alta tensión, los aires acondicionados y las antenas -fuera los idiotas que se dedican a acertarlas con todo tipo de cosas- A muchas de ellas les falta una pata, o los dedos, o las tienen quebradas y atrofiadas, inclusive he visto zorzales y tordos que sufrieron el mismo injusto destino, pero esto no parece afectar su intimidad con los seres humanos y continúan acercandose a él y a sus restos de comida... Así, una tarde vino a aterrizar junto a la fuente una paloma café, de ojillos brillantes y unas divertidas plumas blancas erizadas en la nuca. Primero no entendí por qué, al llegar al suelo, lo hizo tan desgarbadamente, medio de lado, medio de punta, casi metiendo el pico en el cemento. Incluso algunas de las otras palomas se llevaron un susto ante aquel destartalado aterrizaje. El ave pareció quedar medio aturdida y permaneció algunos instantes echada en el suelo, mirando para acá y para allá, como para localizarse. Simpatizando inmediatamente con ella, le lancé un puñado de migas para tentarla, pero no se adelantó para pescarlas y las otras se abalanzaron ávidamente para robárselas... Desconcertada, esperé su próximo movimiento. Entonces, tomando aliento, se incorporó dificultosamente. Ahí lo ví: no tenía patas. Contuve una exclamación, horrorizada. La paloma avanzó un poco, tambaleandose sobre sus muñones, hacia el puñado de migas que yo había acabado de arrojar, pero las otras habían llegado antes y no había sobrado nada. Repetí la acción un par de veces más y sucedió lo mismo. La paloma inválida no tendría ninguna chance, nunca. La pobre miraba ansiosamente mi mano llena de pan y acompañaba su movimiento al lanzar las migajas, pero su discapacidad le impedía llegar a tiempo y pelear por algunas de ellas.
    Entonces, pensando que tal vez su limitación la hiciera diferente de las demás en algún otro sentido que no fuera una desventaja, se me ocurrió encuclillarme lentamente y extenderle la mano abierta llena de pan, muy despacio... Las otras palomas se revolucionaron inmediatamente, desconcertadas con mi movimiento, e iniciaron unas carreras y revolotéos desordenados, como si no supieran cómo reaccionar ante mi osadía. Pero yo sabía que ninguna de ellas tendría el valor de acercarse y comer en mi mano.
    Totalmente abstraida del mundo fuí aproximandome a la paloma inválida que, absolutamente inmóvil, me contemplaba fijamente, como preguntandose cuáles  serían mis intenciones. Sin embargo, no parecía estar con ganas de huir. Mi mano ya estaba a apenas algunos centímetros de ella cuando sus ojillos se desviaron de mí para posarse en las migajas blancas y esponjosas delante de ella. Pareció considerar el asunto muy seriamente por algunos instantes... Yo esperaba, anhelante, hecha una estatua... Hasta que por fin, hice un último y muy, muy suave movimiento y coloqué la mano bien debajo de su pico. La paloma me dió una última mirada, como si estuviera preguntandome: "¿De verdad puedo pescar esas migas? ¿No me vas a hacer nada?"... Y estoy convencida de que, delante de mi silencio y completa inmobilidad, decidió aceptar la oportunidad, que podría ser un riesgo mortal, dada  su deformidad... Pestañeó una vez más y, finalmente, estiró el cuello y comenzó a comer, todavía un poco nerviosa.
    Mientras tanto, las otras continuaban e completo alborozo, corriendo para acá y para allá, haciendo amagos de acercarse, aleteando y arrullando amenazadoramente, pero al final de cuentas, no tuvieron coraje y quien acabó dándose el banquete fué la paloma tullida pues, aprovechando sabia y arriesgadamente la oportunidad que se le ofrecía, ganó más que las otras que, a pesar del hambre y de las fanfarronadas, no se atrevieron a  acercarse, mismo viendo que nada de malo le sucedía a la otra.
    Y contemplando a esta paloma café con su tupete blanco erizado en la nuca y sus tristes muñones retorcidos, me pregunté cuántas veces nosotros, humanos, a despecho de nuestras limitaciones, tenemos el coraje, la sabiduría y la fé para aceptar y abrazar las oportunidades que nos ofrecen o aparecen delante de nosotros, y cuántas las dejamos pasar por ignorancia, porfía, preconcepto o miedo, por no creér en nosotros mismos ni en los demás... Pero tenemos que recordar que las oportunidades son únicas, singulares en su momento, que nos traen algo que necesitamos en esa hora exacta y que, si no las aprovechamos, no volverán a presentarse. Por lo menos no de la misma forma ni con los mismos resultados.

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