sexta-feira, 30 de novembro de 2012

"Escuchar el silencio"

    La primavera está reacia, un día muestra la cara y nos encanta, nos saca la ropa gruesa, parece que liberta algo dentro de nosotros, y al otro esconde ese precioso sol con nubes y ráfagas de viento helado... Nadie está entendiendo nada! Yo sé que nuestra primavera es como cabra chica, antojadiza, voluble, caprichosa, le encanta atormentarnos con sus cambios de humor y el suspenso por la llegada definitiva del calor, pero hace tanto tiempo que no la vivo que no me enojo con ella y prefiero tenerle un poco de paciencia, porque cuando definitivamente se instala uno ve que toda la espera y la indecisión valieron la pena... Así que me despierto toda mañana y miro altiro hacia la ventana para ver si hay nubes en el cielo, pero mismo que al principio hayan algunas flotando por ahí, me quedo con la esperanza de que más tarde abra y podamos disfrutar del calor del sol y del color con que pinta este escenario espléndido. Hoy amaneció bien nublado, después abrió y ahora se nubló de nuevo. Espero que el viento del atardecer se lleve estas nubes y que mañana haga un día de aquellos de cortar el aliento... Hasta porque voy a visitar a mi hermana en el Cajón del Maipo y no quería que el día estuviera feo. El paisaje allá arriba es simplemente deslumbrante y pretendo sacar algunas fotos para postear en mi facebook.
    Y con esta esperanza y los acordes medio desafinados de mi vecino en su saxofón tratando de interpretar Noche de Paz, aquí va la crónica de la semana.


    Bocinas, motores, campanas, sirenas, teléfonos, televisores, radios, perros, niños, grúas, chincoles, bocinas... Cierro los ojos y escucho todo esto -y mucho más- a mi alrededor, a veces harmonioso, a veces desafinado y estridente... Son las innumerables voces de la ciudad, su gama casi infinita de expresiones, los sonidos de su existencia, que a veces pueden confundirnos o asustarnos, irritarnos, desconcertarnos, y otras pueden alegrarnos, guiarnos e identificarnos, porque nos reconocemos en ellos. Altos y bajos, cercanos o distantes, nuevos o antiguos, esta identidad auditiva nos acompaña todo del tiempo... ¿Pero qué dicen los cascos de los caballos, los ladridos de los perros, las llamadas de los vendedores ambulantes, las campanas de la iglesia? ¿Qué es lo que nos murmuran el zumbido del metro o el arrullo de las palomas? Cada sonido tiene su significado, su apelo en nuestra alma, y nos provoca algún tipo de reacción, pues a veces este barullo externo encuentra eco dentro de nosotros, juntándose al universo acústico que bulle en nuestra mente y nuestro corazón.
    Recuerdo cuando llevaba a mis alumnos al parque, al zaguán del teatro, a la plaza o a alguna otra área de la fundación y les pedía que danzaran o expresaran de alguna forma corporal los sonidos que escuchaban: el viento, los regadores soltando agua, los motores, los gorriones, las voces de los otros alumnos, los instrumentos resonando en las otras salas de clases, la sierra del carpintero que construía los escenarios... Todo era posible de ser transformado en algún tipo de movimiento, pues había una conexión, una reacción, alguna emoción envuelta. Performances preciosas y conmovedoras resultaban de estas experiencias.
    Sin embargo, aquello era sólo el comienzo, porque después los llevaba de vuelta a la sala de clases y, cerrando puertas y ventanas, los exponía, ahora, al silencio total para que trataran de hacer la misma experiencia con el movimiento. ¡Dura prueba para ellos! ¡Abandonarse dócilmente a esta especie de "nada", a este tabú opresivo que es el silencio, a este vacío de muerte al que siempre es asociado!... La mayoría sufría angustias tremendas, se sentían abandonados, en peligro, perdidos, aterrados, y apenas conseguían hacer uno que otro movimiento... Con todo, después de algún tiempo, yo acababa con su suplicio y les pedía que trataran de escuchar los sonidos que sus propios cuerpos emitían: respiración, corazón, el roce de la ropa, el aire desplazándose, pies moviéndose en el suelo, pequeños sonidos involuntarios... Esto ya les resultaba más fácil y hasta eran capaces de darme una buena devolución al final del aula. Y para terminar, uno de mis ejercicios favoritos: producir los propios sonidos y crear una coreografía. Entonces eran chasquidos, suspiros, murmullos, palabras sueltas, exclamaciones, palmas, frases ininteligibles, músicas inéditas... Los acentos más íntimos y peculiares que un ser humano puede producir llenaban la sala silenciosa, y los cuerpos ejecutaban movimientos que semejaban rituales, oraciones, revelaciones. Algunos lloraban, otros sonreían, extasiados, unos pocos se quedaban inmóviles, como que iluminados. Esta era la experiencia completa, tras la cual ellos percibían que nuestro cuerpo posee un lenguaje único y peculiar, que normalmente no tiene mucho que ver con lo que el cerebro le ordena emitir. Esto les enseñaba a parar y prestar más atención a lo que este cuerpo tenía que decir, y que a veces podía ser mucho más coherente y sabio que la lógica académica que nos habían enseñado.
    Y hoy, rodeada por todo el bullicio fascinante y mareador de esta gran ciudad,  me pregunto si todavía conseguimos hacer silencio, escuchar el silencio (porque el silencio no es sólo la ausencia de ruido, sino más bien una actitud interior) danzarlo, vivenciarlo en toda su riqueza. Me pregunto si tenemos el coraje de callar y oír lo que nuestro cuerpo y nuestra alma tienen que decirnos. ¿Será que tenemos miedo de nuestros propios y más verdaderos sonidos? ¿Qué es lo que podrían revelarnos? ¿Serían un espejo de nuestra verdad, un reflejo de nuestra esencia? ¿Será que Dios se encuentra allí? ¿Y la divinidad tiene un sonido?...
    Lo primero que se escucha cuando la vida comienza es el latido del corazón, rápido, feroz, lleno de urgencia por ponernos en el mundo, y ese compás nos acompaña hasta nuestro último aliento, diciéndonos en todo instante que estamos vivos, conscientes, activos, que podemos escoger, actuar, decidir, crear, recibir, amar y ser amados... Y cuando ese sonido se apaga, la existencia también termina, porque ambos están indisolublemente ligados ¿Entonces por qué no aprovechamos para escucharlo en cuando tenemos la oportunidad?

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