quarta-feira, 21 de novembro de 2012

"La verdadera bienvenida"

    Los días continuan lindos, los árboles vistiendose de ese verde nuevo y vigoroso que nos trae aquella vieja y deliciosa sensación de renacimiento, de esperanza y pura felicidad, tanto así que yo retomo mis inspiradoras caminatas por el paseo Bulnes en la mañana temprano... Hay tanto que ver, tanta gente que descubrir, tantos rincones y paisajes dentro de este paisaje urbano inmenso, que créo que mismo que camine por allí el resto de mi vida siempre encontraré novedades, sorpresas, personajes e historias. Ya hasta reconozco a algunos: la tía que hace su jugo de naranja para los apresurados que no tuvieron tiempo de tomar desayuno, el señor que pasea sus poodles juguetones, la chica que riega el pasto del parque al final de paseo, el chico de mochila roja que, junto a su bicicleta, se sienta en el borde de un cantero a esperar a alguien, el gordito que llega en su moto azul espantando a las palomas y estaciona junto al poste, al cual encadena su vehículo. El señor y su mesita de hierbas y el fiel perro que se sienta en el pasto, sobre una frazada vieja, apoyandose en la espalda de su dueño... Y así, tantos rostros y gestos, tantas voces que van entrando poco a poco en mi propio mundo y de los cuales, con certeza, ustedes van a leer en un tiempo más. Aquí todo me inspira, mismo cuando no es un buen día (sí, porque a veces tengo unos días medio chatos) todo me dá fuerza, me llena de una felicidad inexplicable y verdadera que me deja con ganas de más. Me siento como un cabro chico en una tienda de dulces!...
    Y así escribo hoy, cómodamente instalada en el sofá de la sala, escuchando la Tribuna FM -mi radio preferida en Brasil- mientras los fideos se cocinan en la olla. ¿Quieren algo más casero y confortable?...
   Debo explicar que, en realidad, estas eran dos crónicas separadas, pero al leerlas nuevamente, me di cuenta de que tienen que ser publicadas juntas, porque no se puede separar una familia. Lean y van a entender.


    Ella no es muy alta, de piel blanca, algo quemada por el sol del campo, ojos claros, de mirada directa y aguda, cabellos completamente blancos, cortos, siempre un poco despeinados. Tiene una voz firme y un poco ronca, que expresa sus opiniones con suma clareza y autoridad, pero con un dejo de benevolencia y comprensión. Es delgada y erecta, de movimientos certeros y seguros -a no ser por un pequeño temblor en la mano derecha al cual no le concede la menor importancia- está siempre bien vestida, pero con modestia. Dueña de su cocina y de su jardín, capitana orgullosa de su prole -hijos, nietos, nueras, yernos, sobrinos- y de su casa acogedoramente desordenada. Viuda valiente, católica fiel, empresaria emprendedora, líder admirada en su comunidad  en la ya no tan pequeña Melipilla. Ochenta años de experiencia que no parecen pesarle ni en el cuerpo ni  en la salud, sino darle más disposición y energía para continuar con lo que asumió como la misión de su vida: educar, formar futuros ciudadanos tan rectos y empeñados como ella, hacer florecer en el corazón y la mente de los jóvenes de hoy algunos conceptos tachados de anticuados y severos, pero que son los que le dan dignidad y propósito a una vida.
    En su gran casa se juntan y se mezclan todas las tribus, las historias y los personajes sin conflicto ni discriminación, cada uno en su pequeño territorio, todo con orden y respeto, como a ella le gusta. Es una constante y fluyente diversidad bien alimentada física e intelectualmente, siempre bien recibida y acogida, porque en su hogar hay siempre oídos para escuchar, brazos para abrazar, palabras para aconsejar, una tacita de té, un pedazo de queque, una copita de vino para calentar la conversación... Pequeños y complejos universos orbitan alrededor de esta mujer exigente a quien no le gustan las quejas y las faltas de carácter, que es abierta pero severa, amiga y siempre maestra, directora de su propia existencia. Mujer plena, casa plena, vida plena.
    Así la veía yo desde la silla donde me había acomodado, debajo del parrón que ya mostraba las primeras hojas de un verde esplendoroso, en medio del jardín oloroso y todo adornado para la fiesta de aquella tarde. El cielo se mostraba caprichoso, una hora lleno de nubes obscuras  y amenazadoras, otra luciendo un sol cálido contra un azul glorioso. Docenas de volantines aprovechaban para hacer piruetas al viento caprichoso, el durazno florecido, perfumado, provocava nuestra envidia con su belleza. Mesas, sillas, el perro corriendo para acá y para allá, alborozado con el anticipo de los tutos de pollo, la carne y las longanizas chisporroteando sobre las parrillas, invitados llegando, carbón, costillar, globos y guirnaldas rojas, blancas y azules, Los Huasos Quincheros llenando el aire por los parlantes. Olor a vino, a chicha, a té, a habas y papas asadas, a empanadas. Conocidos y desconocidos llegando para formar una sola familia, el tiempo y las voces fluyendo, entrelazandose, envolviendome como una manta calientita y tan familiar...
    Inauguramos la "Fonda de la Tati" -como apodan a la dueña de la casa- entonamos el himno nacional, emocionados, y se danzó cueca de punta y taco, con gracia y corazón. Fué una tarde plena, repleta de emociones, de rencuentros, de recuerdos, de patria añorada, de lazos que se reataban con más fuerza que nunca, a pesar del tiempo y la distancia transcurridos... Y era esta mujer admirable, dura como una roca y tierna como una brisa, la que comandaba toda esta celebración que, para mí, iba mucho más allá de una fiesta patria: la tía Paty.
     Y luego venían, como partes indivisibles de ella, el Mando Javier, la Pachi, el Cristian y el Alberto, sus hijos, mis primos, hijos del hermano de mi mamá... Ah, abrazar a cada uno de ellos fué como zambullirse en el calor de la sangre, en la tierra, en una dulzura apretada largamente añorada. Sus voces y su manera de hablar permanecían las mismas de nuestra niñez, mas ahora con timbres de adulto... Era curioso, pero cuando los miraba no conseguía ver las canas, las arrugas o  cualquier otro indicio que el tiempo pudiera haber dejado en ellos. No, yo continuaba mirando a mis primos de Cholqui, de Melipilla, de la casa bulliciosa de mis abuelos y su garage mágico, en el que inventábamos mil aventuras.Y sus sonrisas continuaban inocentes, sus risas y gestos generosos, llanos, espontaneos, sin reservas ni juicios. Para mí, habían conservado intacta esa ingenuidad, ese espíritu siempre alegre, cálido, de gente buena, bien educada, trabajadora, sin frescuras, recta y abierta... Y en ese momento pensé, agradecida: "Ya no se hace más gente así, y yo tengo la suerte inmensa de pertenecer a esta familia". En la capital las personas también son acogedoras, simpáticas y abiertas, pero no tienen conmigo estos lazos, esta intimidad, las historias, el afecto puro y sincero, intocado, que tenemos con la  familia. Todos ellos son dignos descendientes de un soñador y una guerrera, reúnen en ellos lo mejor del tío Armando y la tía Paty y yo espero que consigan pasar esto a sus propios hijos para que así este río de cariño, alegría y calor se extienda por muchas y muchas generaciones. Eso sería el mejor de los legados que podrían dejarnos.
    Y así, fueron sus abrazos apretados y sinceros, sus voces bien chilenas y su cariño sincero y sin reservas los que en esa tarde de fiesta me dieron la verdadera bienvenida a mi patria.

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