segunda-feira, 17 de setembro de 2012

La banderita

Créo que nunca conocí gente tan patriota como la de mi país. Septiembre trae una transformación en las calles, los edificios, las vitrinas; inclusive en las tiendas más sofisticadas uno entra y están tocando una cueca o una tonada, todas músicas de mi infancia... Realmente, podemos ser -y con qué orgullo digo "podemos", porque soy uno de estos chilenos- medio pesados e reclamones, podemos tener estudiantes pendejos y encapuchados siniestros, ministras diciendo tonterías y horas de pic de enloquecer, pero parece que cuando llega el 18 nos volvemos una sola cosa y queremos bailar, comer empanadas y reírnos, celebrando esta patria hermosa y llena de porvenir...
    Y antes de que me emocione demasiado, aquí vá la crónica de la semana. La iba a postear mañana, pero como soy una mera mortal, mañana nos vamos a pasar el día en Melipilla, con mis tíos y primos, comiendo asado y tomando sol en la plaza- eso si no amanece lloviendo, para desgracia de los que van a desfilar el 19...

 

  Salgo a la calle y es todo una fiesta de rojo, azul y blanco: los autos, los balcones de los edificios, las vitrinas, los postes y paséos, las plazas, los quioscos en el Paséo Ahumada. Cuecas y tonadas resuenan en el aire, inclusive dentro de las tiendas del barrio alto, tiras de banderitas chilenas atraviesan veredas y portales, remolinos danzan al viento, volantines hacen piruetas contra el cielo azul, outdoors nos recuerdan que somos Chile... ¡Hasta los perros lucen pañuelos tricolores!... Respiro empanadas, chicha, pan amasado, pebre, la carne en la parrilla, la cazuela con cilantro fresco... Las fondas se erguen aquí y allá, disputandose los clientes con sus nombres ingeniosos y su atención esmerada, y huasos de espuelas cantarinas pasan por el corredor del edificio para el ensayo de fin de tarde. Hay banderas y guirnaldas de todos los tamaños y formas en las ventanas y balcones de los vecinos, globos y risas en el quincho de la terraza, pandero, guitarras y palmas...
    Chile se prepara, hace las maletas, enfrenta taco, compra carne, vino, chorizo, pan, carbón, invita a los parientes y amigos, reza por un fin de semana soleado y cálido; abre la sonrisa, los brazos, el corazón para la patria de cumpleaños... Y yo  estoy en medio de todo esto. Me cuesta creérlo todavía. Este 18 no soy una extranjera.
    Me siento en nuestra pequeña sala y contemplo con una mezcla de satisfacción y emoción nuestra guirnalda de copihues rojos, azules y blancos colgada en la ventana, y el pequeño volantín en forma de bandera que adorna nuestra puerta de entrada... Suspiro hondo, muy hondo, para llenarme bien de esta sensación que no tiene precio. Porque por primera vez en 30 años puedo celebrar el 18 deSeptiembre, no sólo con una solitaria banderita asomandose a la ventana de mi casa en Brasil, sino con toda la fiesta, el orgullo y la felicidad a que tengo derecho. Porque no soy más una extranjera recordando a su patria, sino una ciudadana de este país con todo lo que él implica: cordillera, diversidad, modernidad, idioma, sabores, estudiantes en protesto, parques, museos, monumentos, metros llenos, alertas ambientales, mapuches descontentos, personas amables, alegres, bien dispuestas, risueñas, buenas para la talla, siempre optimistas, luchadoras, valientes... Mis compatriotas.
    Ayer, después que colgamos nuestra guirnalda de copihues en la ventana y yo vestí mi delantal de cocina nuevo que tiene la bandera y una pareja bailando cueca, más un pícaro "¡Viva Chile mier...!" estampado al frente, nos sentamos mi hija y yo para almorzar, y de repente, al mirar a la ventana con su guirnalda, se me llenaron los ojos de lágrimas al recordar aquella modesta y solitaria banderita que le rendía homenaje a mi patria desde un país extraño cada 18 de Septiembre, con el corazón apretado y desesperado de nostalgia y el himno  nacional lagrimeando en los labios...
    Pero hoy estoy aquí, donde el 18 debe ser celebrado, y no tengo que hacerlo sola, sintiéndome fuera de lugar. No, hoy puedo salir a la  calle, abrir los brazos y gritarle a todos sin vergüenza ni pena:
    -¡Viva Chile, mierda!
    Y sé que con certeza habrá un coro inmenso que me responderá.

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