sábado, 17 de setembro de 2011

Fotos antiguas

Créo que, a pesar de todos los cambios y los constantes y a veces casi intransponibles desafíos que implican trabajar en un lugar como la Fundación Cultural, que está siempre llena de sorpresas -agradables y desagradables- mi vida está empezando a entrar en los ejes de nuevo, inclusive en los disgustos, que son aquellos viejos conocidos con los cuales, por un momento, olvidé cómo lidiar (demasiada felicidad tiene este efecto colateral)... Pero qué es la vida sin uno o dos contratiempos, sin las personas antipáticas que ponen a prueba nuestra paciencia y sólo nos hacen las cosas difíciles? Créo que sin la presencia de sus "maldades" lo pasaríamos bien aburridos y terminaríamos estacionados por falta de desafíos y aventuras, no es verdad?... Entonces, un modesto "bravo!" para los hinchadores, los tiranos, las chismosas, los chupamedias y los miedosos, para los brutos e insensibles, porque, a final de cuentas, no sabríamos apreciar las cosas buenas de la vida si no nos encontráramos de vez en cuando con estas criaturas.
Entonces, antes de que me aparezca alguno (porque ayer, cuando fuimos al shopping mi hija y yo, parece que estaban haciendo fila esperándonos!) aquí vá la crónica de la semana.


    A veces, tomar un viejo álbum de fotos, de esos que se llenan de polvo en la parte más alta - o más baja- del estante de la sala o en el fondo de algún armário, acomodarse confortablemente en un sofá con una taza de té y algunas tostadas en la mesita al lado, y abrirlo para dar una ojeada en aquellas fotografías de nuestra infancia o juventud puede resultar una estupenda forma de terapia e reevaluación, pues esta simple actividad puede ayudarnos enormemente a entender o interpretar de nuevas formas los hechos y a las personas que estuvieron envueltas en ellos (y que a veces dejaron tanto resentimiento y tristeza, tantas preguntas sin respuestas  y arrepentimientos) porque la madurez que la vida nos vá proporcionando puede, con certeza,cambiar hasta radicalmente la visión que teníamos de los acontecimientos y las acciones de los otros, inclusive de las nuestras. Rever y reformular los eventos es como entender las raíces de un árbol y acompañar su desarrollo bajo la tierra, pues solamente entonces sabremos cómo creció y por qué tomó aquella dirección y no esta otra, cómo se volvió el árbol que vemos hoy, cuán fuerte es y por qué dá los frutos que dá. Comprendemos la forma de sus ramas, la frescura de su sombra, el sabor de sus frutas, el color de su follaje, y le perdonamos las ramas sueltas, la suciedad del otoño y la desnudez en el invierno... Ver fotos antiguas nos hace reflexionar, reconsiderar, sentirnos contritos o iluminados, nostálgicos y llenos de ternura... Algunos fantasmas se desvanecen, o por lo menos,  se vuelven menos amedrentadores y poderosos, y así podemos tener la oportunidad de enfrentarlos y exorcizarlos para que borren todos los espejismos que crearon para controlarnos y mantenernos en su pasado morboso.
    Recorro las páginas adornadas del álbum y véo a mi madre, mi padre, mis primos y primas, tíos y abuelos en paisajes rurales, en calles cuesta arriba o flanqueadas de tilos verde claro, en pátios soleados, bajo parreras y árboles centenarios, en salones de fiesta o alrededor de mesas de navidad o cumpleaños, en playas y parques, y sé que estoy delante de mis raíces, que soy una de las ramas de este árbol inmenso que es una familia, y que de mí están naciendo nuevas ramas, hojas y frutos, todos alimentados por una única raíz... Pero ahora cierro suavemente el álbum y una pregunta me asalta: cuáles son nuestras verdaderas raíces? Dónde están enterradas? Son físicas o espirituales, divinas o humanas? Será que podríamos zambullirnos y alcanzar el inicio, la semilla, el milagro primero de la existencia para comprobar que, efectivamente, somos todos hechos de la misma materia, hijos de un mismo corazón, venidos del mismo útero, hermanos y herederos de la eternidad, hojas del árbol inmortal que es Dios?...

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