terça-feira, 7 de junho de 2011

El jardín del artista

Bueno, la fiesta de San Juan y compañía se encargó de mantenerme absolutamente ocupada en este fin de semana -y el próximo también- entonces estoy aprovechando esta mañana lluviosa en que no voy a la fundación para sentarme aquí y postear la crónica de la semana pasada. En realidad empecé a hacerlo ayer, pero no tuve tiempo de terminar y, a pesar de haber salvado casi todo el texto en algún  lugar, no consigo encontrarlo, entonces voy a tener que hacerlo todo de nuevo -lo que en estos últimos días parece ser algo constante... En realidad fué un fin de semana difícil, dolorido, que me dejó bien deprimida porque todo el elenco del Musical decidió abandonar el espectáculo por una y mil razones más o menos válidas, entonces vamos a tener que comenzar todo de cero, porque los actores pueden desistir y parar, pero el espectáculo no. Existe un compromiso político-cultural que nos impide terminar con las presentaciones, no importan las dificultades que nos aparezcan, ya que esto tendría consecuencias desastrosas para el municipio -detalle en el cual el grupo no pareció reparar- entonces, el Musical continúa, mismo que tengamos que abrir testes para nuevos intérpretes y seamos obligados a volver a esos horarios inclementes de montaje, ensayos y presentaciones sorpresa en todos los eventos de la ciudad. Mi jefe pretende reapresentar en septiembre, mas, sinceramente, dudo mucho que esto suceda porque tres meses no es tiempo suficiente para preparar a los nuevos actores. En mi modesta opinión, deberíamos parar hasta el año que viene, pues así tendríamos verdaderas chances de presentar algo de calidad, con un elenco adulto y más comprometido, con más disponibilidad e independencia. No quiero tener que escoger personas bajo presión, sólo porque no hay nadie mejor. Eso, definitivamente, no funciona y tengo certeza de que si algo salir errado voy a ser yo la que voy a pagar el pato... Lamento profundamente haber perdido -y ustedes saben cómo soy mala para lidiar con pérdidas- ese grupo maravilloso y competente, pero no puedo prenderme indefinidamente a ellos y su talento único, tengo que seguir adelante y hacer que las cosas continúen funcionando. Menos mal que algunos de ellos continúan siendo mis alumnos en las aulas de teatro, entonces nuestra separación no fué tan radical y cruel así. Como ya escribí en mi diario más de una vez, tengo que parar de hacer proyectos a largo plazo con los alumnos ( y créo que esto vale para mi jefe también) no importa cuán eficientes, dedicados o talentosos séan, ni cuántas veces me juren de piés juntos que van a continuar el año que viene. Las cosas no suceden así en la vida real porque son demasiado jóvenes y  están bajo el poder de padres, profesores, pololos, sub-empléos, universidades o cursos profesionalizantes que van tomando más y más su tiempo libre, entonces, no podemos contar indefinidamente con ellos. El teatro no es su prioridad, es tan solamente una etapa, no piensan en él como una profesión, como lo es para mí, tienen otros proyectos y la vida entera en frente. Esto es algo con lo que necesito acostumbrarme -y mi jefe también, no importa cuánto disgusto le cause- caso contrario, este tipo de crisis deprimentes y estresantes van a continuar repitiéndose indefinidamente, haciéndonos sufrir por las puras... Y para qué agregarle más dolor a nuestra cuota necesaria?...
    Bueno, y después de este desahogo, vamos a lo que interesa:


    Estoy convencida de que el hombre debe tener algún tipo de problema mental, porque todas las veces que paso delante de la casa está encuclillado en los peldaños del porche, o en la vereda junto a la portezuela, con la mirada perdida, a veces hablando solo, balanceandose para atrás y para adelante, sosteniendo un pedacito de madera, un pañelo o una hoja de papel arrugada, que estira sin cesar. Encogido allí, parece contemplar el mundo que corre a su alrededor con una espécie de desafiante condescendencia, y si alguien lo mira a los ojos, él inmediatamente lo saluda con una voz sorprendentemente fuerte, no importa si no lo conoce. En la pared del frente de la casa, donde está la ventana de la pieza, colgó un brote de orquídea dentro de una mitad de botella de plástico, al cual dedica bastante tiempo podándolo, regándolo y arreglándolo, cerciorandose todas las veces si el clavo que sostiene la botella está firme en la pared... Es un hombre de unos cuarenta años, moreno, fuerte, de cabello ralo y ojos obsbcuros, que vive solo en aquella casa y parece entretenerse construyendo formas y esculturas con una pila de neumáticos de tractor que tiene en el patio, porque cada cierto tiempo, cuando paso frente a la casa, el dibujo o la disposición de los neumáticos cambia: un día están alineados como si fueran un tren, en otro forman un círculo, en otro forman una torre; a veces se parecen a algún animal o una persona... Créo que esa fué la forma que encontró de pasar el tiempo y usar la mente en algo productivo. A veces lo véo saliendo de la casa -en cuyo portón construyó una jerigonza de cabos de plástico coloreados y una reja de refrigerador que todavía no descubrí si es un adorno o si, efectivamente, tiene alguna utilidad concreta- llevando algunos ganchos con ropa hasta la casa vecina. Supongo que algún pariente vive allí y él entrega la ropa para que se la laven y se la planchen. El patio de su casa está siempre limpio, porque pasó varios días escardando las hierbas y sacando la mugre acumulada para así poder usarlo como una especie de "tela" o de taller para para la elaboración de sus proyectos creativos. Pienso que definió este propósito así que se mudou, pues pocos días después, mismo con gente todavía entrando y saliendo con sillas, camas y ollas, él ya estaba bajo el sol, con un  gorro azul y un rastrillo medio chueco, peleando con la basura y los restos de troncos, empujando una carretilla por la tierra seca y  recogiendo las latas, papeles, bolsas plásticas y pedazos de madera que estaban diseminados por ahí. Parecía casi obcecado, como si nada más le importase a no ser deshacerse de todo ese entullo lo más rápido posible. Llegué a ver a una mujer gritarle desde la ventana de la cocina para que parase un poco y viniera a comer alguna cosa. El hombre sonrió y la saludó con la mano sucia, murmurando algunas palabras. Entonces, la mujer asomó el busto por la ventana y le extendió un plato humeante, que él tomó y devoró en algunos minutos, sin soltar el rastrillo, sentado en un tronco, retornando en seguida a su misión... En una semana o algo más, el patio estaba limpio. Restó solamente la tierra, un camino de piedras -que también usa para sus trabajos- y aquella pila de neumáticos de tractor junto al muro lateral. Sobraron algunas jabuticaberas y plátanos en el fondo, pero éstas no parecían incomodarlo, al contrario, tal vez con un sentido estético inconciente, las dejó allí para que le sirvieran de fondo a sus obras, para ponerles un poco de color.
    No parece tener noción de mucha cosa, a no ser de que sus obras necesitan ser periódicamente transformadas, cambiadas de lugar, recicladas; tienen que decir siempre algo nuevo, contar otra experiencia, mostrar una faceta suya diferente, tal vez una forma que revele algo sobre su mente, que le abra el espíritu para los misterios que su cerebro guarda y que ni él mismo consigue desvendar. Tal vez esté convencido de que las respuestas que necesita están en el constante movimiento de los elementos y de las formas, en el encuentro de la tierra con las piedras, de las hojas de plátano con el caucho negro de los neumáticos... O tal vez seamos nosotros los que no conseguimos entender su lenguaje y lo dejamos preguntandose por qué e resto del mundo no se dá cuenta lo que él está tratando de decir.

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