segunda-feira, 20 de dezembro de 2010

Pies y zapatos

Este negocio de fin de año es realmente bien legal, porque acontecen tantas conmemoraciones, confraternizaciones, almuerzos de funcionarios,  fiestas de amigo secreto y despedida de año, que mal se trabaja; así que podemos escoger el horario que más nos convenga para venir a la oficina para no hacer nada. Así estoy yo -y es por eso que estoy teniendo tiempo  de postear esta crónica en día- porque como ahora estoy teniendo como única preocupación y trabajo real las presentaciones de nuestra pequeña pieza de navidad en la plaza, el resto del tiempo me lo paso en la sala haciendo palabras cruzadas, escuchando música -y danzando un poquito, porque nadie es de fierro- o meditando tendida en los colchonetes, o entonces salgo para dar una vuelta y ver las vitrinas o me siento por ahí para conversar sobre cualquier cosa con alguien. Lo que pasa es que todas las otras áreas terminaron sus actividades en noviembre -en parte por causa de aquel rollo político-burocrático con los profesores- entnces yo soy la única que sobró y que tiene algo concreto para hacer hasta el dia 23, cuando finalmente saldré de vacaciones, lo que singifica que tengo que venir aquí sólo para eso, porque mis aulas también terminaron. Sólo nos falta la confraternización con los alumnos, que será el dia 21 en la tarde; después sólo nos encontraremos nuevamente el año que viene y vamos a ver quién  vuelve, porque todos juran que van a continuar con el curso, pero ahí acaban apareciendo emplegos, cursos, viajes o universidades y todos nuestros planes se van al diablo... Por eso -ya aprendí- prefiero no anticiparme y esperar para ver quién va a estar realmente aqui el año que viene... El miércoles y el jueves son mis dos últimos días y pretendo ir a trabajar en la mañana, pues así tendré las tardes libres para descansar, escribir, meditar y disfrutar de unos masajes que están siendo sensacionales para aliviar un poco mis dolores.
Y como estoy con todo este tiempo extra, quiero aprovechar para postear las crónicas en día, actualizar mi diario y ver si termino de una vez la publicación de "SIlvestre", del cual ya publiqué otro pedazo y espero añadir otro hoy o mañana. Pasen por ahí para ver... Es divertido, el otro día me dí cuenta de que yo hablo de esta historia y del blog donde la estoy publicando y todas las veces se me olvida poner la dirección, pero como ni todos los que visitan este blog son lectores asíduos de él, entonces pueden quedarse totalmente colgados al respecto. Entonces, aquí vá la dirección para os lectores de primer viaje: pazaldunate-historias.blogspot.com... Ahora sí, no?
Entonces, vamos a la crónica de esta semana.


    Caminando por la calle cruzo con una infinidad de personas de todos los tipos, edades y clases sociales, unas bien presentadas, empinados en sus ternos o vestidos de marca, superiores dentro de sus coches último modelo, ágiles, bien peinados y con anteojos obscuros que esconden sus miradas. Otras son humildes, opacas, de andar macilento y cabezas bajas, ropas zurradas y carteras anticuadas, colas de caballo, moños mal hechos, facciones cansadas, apagadas, cargando un peso invisible que parece siempre superior a sus menguadas fuerzas de trabajadores mal pagados. Algunas son joviales, deportivas, despreocupadas, se visten con colores alegres y caminan con firmeza en dirección a algún objetivo perfectamente definido. Cuando cruzan con nosotros nos miran directamente, sin recelo, con ojos brillantes y llenos de confianza,  como que proclamando su suerte, su salud, su amor, su futuro. No tienen la intención de despertar nuestra envidia ni nuestra admiración, sino  simplemente de mostrarse, de volverse reales en este mundo tan feroz y calculista, decir que están haciendo su parte y que confían en el futuro que les aguarda.... Ropas, cabellos, carteras y accesórios, coches y casas muestran quiénes son cada uno estos personajes; el tono de voz, la mirada, la manera de andar, gestos y escenarios, todo esto son pistas, vitrinas de sus personalidades, de sus ansias, de sus procesos.  Sin embargo, créo que hay algo que demuestra, mejor que cualquier otra cosa, quiénes somos: nuestros pies y nuestros zapatos.
    Ya pasé por la calle y ví, zurrado, deformado y despegada la zuela, un solitario zapato abandonado en la cuneta. Chueco, sin cordones, la zuela carcomida, ya sin color, castigado por el sol y por la lluvia, despreciado después de haber dado su último paso en el pie de alguien que ya vivió mucha cosa con él. El compañero fiel y sin resentimientos de alegrías y desgracias, de fiestas, estudios, paséos, de cumpleaños y velorios, de años de trabajo ahora yacía allí, olvidado, como si nunca hubiera hecho parte de la vida de alguien, sufriendo el injusto castigo por haberse gastado y perdido la forma y el color, por haber salido de moda,  porque el dueño consiguió juntar plata -o recibió un aumento- y fué a comprar otro par más moderno, más bonito, más de acuerdo con con los cambios en su vida... Pero ni siquiera su otro par estaba alí para consolarlo o acompañarlo! Cuál sería su destino final?... La lata de basura? El terreno baldío? La bolsa de plástico? La alcantarilla?... O entonces, si tuviera suerte, los piés de alguien más necesitado que su dueño anterior, que pensaría que todavía daba para usarlo, le metería unas hojas de periódico en la zuela y saldría andando por ahí, igual al rey de Pérsia. Sería como la sobrevida de un enfermo terminal: un día más es lucro.
    A partir de ese día, no consigo más pasar por alguien sin darle una mirada ni que séa de soslayo a sus zapatos. Y cuánta cosa podemos descubrir en esta simple espiada!... Una mujer vestida con una falda llamativa y un escote todavía más, maquillaje pesada, aros y pulseras en profusión, preparada para un encuentro dudoso, sin embargo con zapatos viejos y medio deformados, uñas de los pies con el esmalte saltado, la sospecha de un juanete despuntando, los talones resecos y agrietados... El hombre de pantalones gastados y manchados, camiseta agujereada y gorra de algún partido político cubriendole los cabellos ralos y sucios,  botinas sin medias, chuecas para dentro, salpicadas de tinta de todos los colores, las puntas despegadas, el taco gastado por la forma arrastrada de andar, tal vez fruto de un cansancio sin fin... Los jóvenes que pasan por la vereda y se sientan en los bancos de la plaza haciendo aquel escándalo para perturbar de propósito a los transeúntes con sus bromas y carcajadas estrepitosas; ropas de la última tendencia y peinados exóticos, piercings y tatuajes, su vocabulário ininteligible, sus mil anillos, pulseras y collares, exhibiendo sus zapatillas de arcoiris, o entonces los tacos altísimos o las plataformas exageradas, las sandalias con brillos,  aquella confusión competitiva e insolente de modelos y colores, de autoafirmación, de identidad tribal, de unicidad; los símbolos en la piel espiando por detrás de las medias y entre as camisetas. Pies desafiantes, ni siempre muy limpios, fuertes y agresivos, de pasos firmes y decididos, bien plantados en el suelo que ellos revindican como suyo... La monja discreta y de expresión siempre afable, con su velo y su hábito oliendo a jabón, a lavanda, a cosa santa y transparente, impecablemente limpio y planchado, de medias y sandalias o mocasines pesados, anticuados -de esos que encontramos en las liquidaciones o en las sobras de mercadorías de tiendas baratas- que la dejan aún más simple y sin gracia, pero que son la prueba de su humildad, el testimonio de su ausencia de vanidad, de su obediencia y de su desinterés en las cosas del mundo... La vendedora, que defiende la salud de sus pobres pies siempre en movimiento con zapatillas y sandalias  suaves y sin taco o con mocasines baratos pero confortables, y sandalias de plástico coloreado, y que tiene que ser amable y mantener su sonrisa acogedora y su paciencia a pesar del dolor y de las ganas de ir a esconderse a un rincón, arrancarse los zapatos y zambullir los piés lastimados e hinchados en un lavatorio de água tibia con vinagre. Ahí sí que su sonrisa sería sincera!... El viejo, con sus piés  sufridos y lentos metidos dentro de alpargatas o zapatillas llenas de protuberancias y agujeros que denuncian sus deformaciones, dedos encaballados, uñas carcomidas por la micosis, callos, juanetes, manchas y venas azuladas y sobresalientes. Y la expresión triste y dolorosa nen su faz arrugada es es el reflejo fiel de lo que sus zapatos cuentan.
    Así como dicen que nuestro cuerpo está estampado en la planta de nuestos pies, así también lo que somos, lo que queremos, la verdad que derriba todas nuestras mentiras sociales está en nuestros zapatos. Ellos denuncian sin piedad nuestra historia, el estado de nuestro espíritu, la vida que llevamos, los sueños que tenemos. El taco alto de cuero legítimo y aplicaciones de metal puede estar debajo de un corazón cansado que se asoma por los ojos perfectamente maquillados; y un condorito simple, barato y confortable puede ser la base de un corazón feliz y realizado en su modestia, que se revela en la voz alegre y la sonrisa brillante. Nuestras máscaras no llegan hasta nuestros pies, pues en general no les concedemos casi ninguna importancia. "Ellos solamente nos llevan de aquí para allá!", solemos decir, sin embrago, una mirada más atenta hará que comencemos a comprender el lenguaje de los pies que, aparentemente protegidos -o escondidos- por los zapatos, nada muestram sobre nosotros mismos. Pero a veces está en ellos el secreto que no le contamos a nadie, el dolor que no revelamos, la felicidade que nos gustaría compartir, el resentimiento que cargamos y la esperanza que nos sostiene junto con esos dos cómplices de los cuales mal nos acordamos cada día.

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