sexta-feira, 11 de junho de 2010

Alimento

Bueno, como pueden percibir, finalmente las cosas están volviendo a la normalidad y mis horarios están un poco menos locos, entonces hoy estoy teniendo el placer de postear la crónica de esta semana, en esta semana mismo, así como posté la crónica que vá para el diario y FINALMENTE voy a tener tiempo para poder postear ese cuento que vengo prometiendoles hace casi un mes. Sólo espero que las cosas -una vez que, como estamos en la recta final, el trabajo con el musical se reducirá a ensayar y ensayar hasta caernos muertos, lo que dá trabajo, pero no tiene grandes sorpresas- continúen así, mas organizadas y con este sosiego. Hasta porque sería muy bueno para mi diabetis, que con todo este despelote de horarios anda bien perjudicada... En fin, ojalá que podamos continuar teniendo nuestros encuentros semanales sin mayores perturbaciones y que pueda trabajar en la revisión de mis cuentos para postearlos con más frecuencia, caso contrario, ustedes van a olvidarse de que el blog de historias existe!... Entonces, hoy sí que vá el cuento, ok?. La dirección es: pazaldunate-historias.blogspot.com
Dando una caminada por el parque frente a nuestro alojamiento -en el cual compartimos una sala de clases con otras dos bailarinas y sus colchones y cachivaches- y que ostenta orgullosamemnte un pequeño zoológico, durante uno de nuestros descansos entre las clases y presentaciones, paramos delante de la enorme jaula donde los pavos reales exhibían majestuosamente su belleza, mirándonos como si fuéramos sus viles y humildes siervos, o entonces, las criaturas más feas y banales de la creación. Como yo quería observarlos más de cerca, abrí mi bolsa y registré su interior en busca de galletas para atraerlos, pero infelizmente había dejado el paquete encima de la mesa de nuestro cuarto. Sabía que si les tirase algunas migajas, las aves acabarían por abandonar sus aires de realeza y superioridad y se acercarían alegremente para comer, como cualquier otro pájaro... De hecho, es esto lo que hago cuando pretendo hacerme amiga de algún animal, inclusive de los perros más agresivos y desconfiados: les ofrezco galletitas dulces, pedacitos de torta, o entonces aquellos biscochos hechos de cuero de buey (siempre llevo un paquetito en mi cartera) y en poco tiempo, acaban rindiendose a mis agrados y se dejan acariciar y hasta menéan la cola cuando me ven viniendo por la calle. Sin la comida, con certeza esos pavos reales no nos harían el menor caso -como, de hecho, estaba ocurriendo- pero si yo los tentase con alguna golosina, ciertamente vendrían hasta la reja todos derretidos... En la jaula de los monos el comportamiento no fué diferente, así como en la de la jaguatirica, el perro del mato y los otros bichos. Decepcionada por su recelo o indiferencia, miré a mi alrededor, con ganas de volver al alojamiento, y ví que los otros visitantes también usaban el truco de tirarles algún tipo de golosina para atraer su atención y hacerlos acercarse a la reja... Entonces, de repente, se me ocurrió que el alimento funciona como una especie de lenguaje universal -inclusive con los animales- pues todo el mundo entiende lo que significa el hambre. En realidad, alimentar al otro es una de las formas más primarias de establecer contacto, de relacionarse y compartir que existen. Es un tipo peculiar y bastante efectivo de aproximación y creación de intimidad, pues de alguma forma primitiva y elemental, penetramos en el otro a través de su boca, ya que se traga algo de nosotros: una intención o un deséo claramente expresado en lo que le ofrecemos. La madre amamienta a su hijo, la leona caza para la manada, les arrojamos migajas a los pájaros, huesos a los perros, sobras de nuestro propio plato a las gallinas y palomas; les ofrecemos balas a los niños, té y sopa a los ancianos, chocolates a la persona amada, vitaminas a los enfermos. De esta forma las tocamos por primera vez y establecemos el ritual de allí en adelante, definimos las reglas y fantaseamos las expectativas... Convidamos para cenar, para tomar un helado, para beber un trago o un café. Inventamos restaurantes, bares, fuentes de soda, heladerías y kioscos de empanadas y jugos donde nos reunimos para comer. Creamos la cena de navidad, el aperitivo con música en vivo, el almuerzo de conmemoración, la torta de cumpleaños, el asado de fin de semana, el rodicio de pitza, la despedida de soltero... En una palabra: incorporamos la comunión de los alimentos a nuestra rutina. Sentimos de verdad como si algo nuestro, muy precioso, descendiese por la garganta de los comensales y fuera a mezclarse con su sangre y sus huesos, transformandonos de alguna manera en hermanos, en cómplices. Comer solo casi no tiene significado, es un acto que pasa desapercibido y del cual ni nos acordamos y raramente repetimos con gusto, pues es como una autofagia que nada agrega a nuestra vida.
El alimento que vá para el estómago no es el mismo que vá para el espíritu, no obstante a veces lo sacie de alguna forma inexplicable, porque hay personas que piensan que comer satisface las ansiedades y carencias y alivia las angustias, inseguridades y frustraciones de su espíritu. Es verdad que Jesús se hizo pan y vino, hostia para ser comida, pero esto es un acontnecimiento físico que simboliza un acto espiritual y no tiene nada que ver con un banquete de tenedor y cuchillo.
La verdad es que alimentar el cuerpo envuelve un qué de ritual, de seducción, una espécie de hechizo, es el prólogo de una intimidad mayor y ansiosamente esperada y planeada. O será que es apenas reflejo del deséo instintivo de sobrevivencia?... Qué es lo que une a aquellos que comparten un plato de comida?... Jesús multiplicó panes y peces al mismo tiempo en que hablaba de las bienaventuranzas y operaba milagros, conciente de que no solamente el espíritu del pueblo precisaba ser alimentado, sino también el cuerpo. Ambos saciados, la ecuación para la conversión y la fé estaba completa. Ahora, uno no puede tomar el lugar del otro, a pesar de que es común ver esto suceder y de tener el ejemplo de santos y místicos que se olvidaban del alimento físico para vivir y morir sólo de palabras y oraciones. Pero esto es un error, pues somos carne y espíritu y ambos son sagrados y tienen que ser mantenidos con igual amor y eficiencia para que el todo funcione y crezca rumbo a la perfección.

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