sábado, 9 de janeiro de 2010

Sobras

Y como lo prometí, aquí vá la segunda crónica de esta semana.

Pienso en las personas que viven de nuestras sobras, de aquello que no más queremos o necesitamos: zapatos, ropas, aparatos de todo tipo, medicamentos, comida y hasta otras personas... Sin pensarlo dos veces, y tomados por la fiebre del consumismo que los medios de comunicación despiertan en nosotros, nos deshacemos de una infinidad de cosas -mismo que éstas todavía estén en buenas condiciones- simplemente porque encontramos y adquirimos otra mejor. Con tanta frecuencia me pillo dándole cosas a personas menos favorecidas y después las véo usándolas y aprovechándolas hasta el fin y entonces me pregunto si yo misma no podría haber hecho esto en vez de descartarlas para comprar otras nuevas!... Sólo no es peor porque existen estas personas que aprovechan nuestro consumismo, nuestros restos, para vivir como tal vez nosotros deberíamos hacerlo, sin andar por ahí gastando sólo porque tenemos dinero. Al final, para qué una cosa nueva si la que tenemos todavía sirve? Los pobres no compran porque no pueden, pero juro que a veces pienso que nosotros deberíamos, de vez en cuando, hacer el ejercício del "no puedo comprar" sólo para que seamos menos fútiles y aprendamos a apreciar y a sacarle provecho a lo que ya adquirimos. Cuanto más fácilmente podemos obtener algo, menos importancia le damos y más fácilmente somos capaces de deshacernos de él. Pues, qué cosa tan terrible sucedería si usáramos por más tiempo un pantalón? O si no tuviéramos aquella colección enorme de maquillaje y perfumes? Si no cediéramos a la tentación del último modelo de computador, o de carro, y nos quedáramos algunos años más con el modelo que ya tenemos?... Puchas, cómo tenemos hambre y prisa por las cosas efímeras!... Pero, a final de cuentas, la ropa es hecha para cubrirse, la comida para alimentarse, la casa para abrigarse. Todo lo que tenemos posée una utilidad básica y funcional, pero nosotros conseguimos transformarlo en un artículo de deséo, de envidia, de poder. Todo se convierte en exceso, en lujo exhibicionista, en una competencia que esconde nuestra vanidad y nuestra inseguridad, nuestra ansia por ser amados y por conquistar y mantener un lugar importante en la sociedad.
No se me olvida aquel hombre que una mañana fría y de cielo cargado pasó por mí en la calle, con su bolsa de plástico zurrada y su ropa gastada y disforme, las faldas de la chaqueta revolando como las alas de un ave exótica y desharrapada, los zapatos demasiado grandes y medias de colores diferentes en cada pié. Apresurado, casi chocó conmigo y, al alejarse, dejó para atrás un rastro de sudor, tabaco y cerveza que me hizo reflexionar sobre el tipo de hombre que era, ya dando una pasadita en el bar temprano para tomar unos tragos de coraje (o de analgésico) y así ser capaz de encarar otro día... De repente, se detuvo, a algunos metros delante de mí, frente a la construcción del nuevo edificio de la tienda de tintas, y se quedó mirando fijo a alguna cosa en el suelo, cerca de la pared, en medio de los escombros, los pedazos de madera y los diarios y latas de tinta vacías. Yo, curiosa -o pensando que él estaba teniendo algún tipo de delírio provocado por la bebida o el hambre, porque era trágicamente delgado y frágil, de gestos inseguros y andar medio desequilibrado- disminuí el paso sólo para descubrir qué era lo que le había llamado tanto la atención... El hombre se enderezó, como queriendo ver mejor, y en seguida volvió a encogerse, dando una mirada furtiva a su alrededor, como si no quisiera que nadie se fijara en su hallazgo. Avanzó ansiosamente, tropezando en los escombros, casi cayendo, hasta el rincón donde estaba aquello que había llamado su atención, se detuvo, miró una vez más en torno con aire receloso y entonces se agachó rápidamente para pescar de entre los restos de ladrillos, piedras y arena una camisa azul, vieja y entierrada, con una de las mangas resgadas, que alguno de los operarios había botado al terminar su turno... Se quedó sosteniendola por algunos segundos, contemplandola con sus ojillos brillantes y desorbitados. Parecía un verdadero tesoro para él!... En seguida, retomando su aire de desconfianza, la sacudió vigorosamente, levantando una nuve de polvo, y la guardó cuidadosamente dentro de su bolsa de plástico, esbozando una leve sonrisa de la mas absoluta gratitud y felicidad. A final de cuentas, había acabado de ganar una "camisa nueva"!...
En seguida, el hombre volvió a la vereda y continuó su camino, mas ahora con otra postura, más erecto y ágil, la cabeza erguida, brazos balanceando con una nueva y repentina levedad. Yo andaba atrás suyo, tratando de mantenerme lo más cerca posible, pero al llegar a la esquina siguiente, él dobló y se alejó por la calle abajo, apretando la bolsa con su tesoro contra el pecho, y yo seguí por la avenida después de acompañar con la mirada su silueta delgada y ágil durante algunos segundos... Entonces, de repente, caí en la cuenta de que no existe una sola realidad, solamente ésta en la cual nosotros nos movemos, sino que existen muchas otras, muy diferentes, que acontecen bien a nuestro lado, a cada momento, y que nosotros hacemos cuestión de ignorar porque nos incomodan, nos roban el buen humor, nos hacen mal, son sucias, mal vestidas, tienen hambre, son ignorantes, peligrosas, deprimentes... Aquel hombrecillo frágil y su camisa azul formaban parte de una de esas realidades, que nosotros tratamos de mitigar con nuestra caridad o nuestra indiferencia... Y ahí me pregunté, preocupada: "Y qué es lo que viene a ser la caridad, entonces? Para qué sirve realmente? Para ayudar a aquellos con nuestras sobras? Para que seamos menos egoístas? Para que aprendamos que se puede vivir con mucho menos de lo que pensamos? Para sentir pena de los menos afortunados mientas nos vanagloriamos delante de ellos con los troféos de nuestra "buena suerte"?... Y llego a la conclusión de que la caridad, mal practicada o hecha por los motivos equivocados, puede transformarse en una trampa de la vanidad y del preconcepto.

Nenhum comentário:

Postar um comentário