segunda-feira, 20 de julho de 2009

El mejor amigo

Esta semana anduve viendo algunas cosas que me dejaron tan furiosa que decidí escribirlas aquí en vez de salir por ahí arrojandole piedras a algunos monstruos... Porque, créanme, existen un montón de ellos sueltos por ahí! Y así, de la misma forma en que tengo un altar para mis santitos anónimos, tengo también un purgatorio para estas criaturas despreciables, que merecerían un buen castigo para ver si aprenden -o vuelven- a ser a ser personas con un corazón latiendo en el pecho... Juzguen ustedes mismos y véan cuántas veces ya se encontraron con las escenas que relato en esta crónica. Y díganme si no les dan ganas de hacer algo radical al respecto.

Si existe una cosa que me enfurece más allá de cualquier límite o descripción, es ver un perro amarrado o, peor aún, cuando está amarrado en condiciones miserables... Cadena enmohecida, de más o menos un metro de largura, enroscada en un poste en el pátio pelado, sin una sombra para protegerse del sol calcinante del verano y ni un abrigo contra el frío y la lluvia del invierno, sin plato para el água o la comida, que son tan sólo sobras ácidas e infestadas de hormigas desparramadas por el suelo, y el perro ahí, rehén, inmóvil bajo el sol y la lluvia, en el frío, sin posibilidad de moverse, de cambiar, de escapar de la tortura de la intemperie, de la sed y el hambre, de la ausencia de una voz amiga o de una caricia. Libertad vedada por el capricho deshumano de aquel que se dice su dueño, su mejor amigo...
Cadena presa a un alambre de acero junto al muro áspero y caliente que atraviesa una parte del pátio ya inmunda y fétida por las feces y la orina del animal, el perro resignado, echado encima da su propia porquería, o haciendo infinidad de veces aquel mismo recorrido, sin otra opción, moliendo el pasto o descascarando la tinta o el cemento del suelo en su interminable ir y venir sin perspectivas. Y el dueño todavía se encuentra bondadoso y justo por dejarle aquel miserable circuito para que ejercite las patas...
Perro que come restos estragados, fríos, huesos pelados o pelotones de grasa, sopa de pan; que tiene el pelaje infestado de garrapatas y pulgas, de barro y espinas y heridas en el cuello de tanto luchar con la cadena, los pelos pegajosos y hediondos por falta de un baño, que muestra las costillas y el vientre hundido como testigos implacables de la falta de cuidado de la que es objeto...
Cadenas, rejas, alambres, postes, barro, basura, hambre, sed, abuso... y el perro allí, obediente, resignado, ignorante de la crueldad de que es víctima -pues no conoce otra vida- sumiso, todavía balanceando la cola para el monstruo que tiene el coraje de se auto-titular su dueño y que sólo lo suelta de su yugo en la noche, para que vigile el patio y aleje cualquier peligro que pueda amenazar sus bienes o a su familia. Lo deja permanentemente hambriento de comida y cariño para aumentar su ferocidad y más encima lo maltrata de mil maneras sutiles para volverlo agresivo y desconfiado, pensando que así tendrá un verdadero y eficiente perro guardián...
Perros abandonados sin remordimiento en carreteras y calles desiertas, en sitios vacíos, dentro de bolsas plásticas de basura amarradas para que no puedan huír y volver para la casa. Perros maltratados, castigados, olvidados, separados de la noche a la mañana de las familias que los adoptaron porque crecieron demasiado, son juguetones y hacen desorden o hay que ponerles muchas vacunas, porque necesitan pasear o recibir un baño de vez en cuando, porque fueron provocados y le dieron una buena mordida al agresor, porque se pusieron viejos o se enfermaron, sufrieron algún accidente y necesitan cuidados para recuperarse, porque empiezan a llenarse de achaques, no juegan ni cuidan la casa como antes, porque sueltan pelos, porque ladran, cavan hoyos o se comen las plantas y las patas de las mesas... o, la peor de las razones, porque el dueño simplemente se cansó y firmó su sentencia de muerte sin siquiera pestañear...
Y a pesar de ello, hasta el último instante, estos animales continúan fieles y amorosos con sus verdugos. Es increible cómo su afecto vá más allá de todas las injusticias, malos tratos, caprichos y probaciones absurdas a los cuales son sometidos, esto sin que los dueños tomen el menor conocimiento de esta proeza...
Y yo me pregunto: será que nuestro amor resistiría tanto? Será que perseveraríamos en nuestra fidelidad, obediencia, alegría y complicidad desinteresada si recibiéramos el mismo tratamiento? Podríamos tener esa mirada de amor sincero e incondicional durante años y años al encarar a alguien que parece más nuestro torturador? Podríamos ser compañeros solidarios de nuestro enemigo, lamer su mano y menear la cola toda vez que él apareciera, mismo que fuera para ponernos una cadena en el cuello o acertarnos en el lomo con la escoba o el zapato?... Créo que esto sería imposible, no sólo porque nosotros tenemos el raciocinio y sentido común suficientes como para apartarnos de personas así, mas porque los humanos no maltratan tanto a quien aman cuanto maltratan a un perro que los adora.

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