domingo, 4 de junho de 2017

"El ventanal"

     Semana pasada tuvimos una pequeña emergencia familiar que me tuvo bastante ocupada -nada grave, gracias a Dios- y por eso no publiqué nada. Parece que una de nuestras perritas anduvo comiendo alguna porquería en la calle (cuando no la estábamos mirando, porque sabe que es prohibido) y se pescó una infección intestinal que nos tuvo el departamento forrado con periódico unos cinco días, gastando rollos y rollos de toalla nova e metiéndole pastillas con pollo molido por la garganta -lo que, claro, no le disgustó para nada- pero al final, se mejoró y ahora anda por ahí, corriendo y durmiendo en su sofá preferido, bien abrigada, y yo desarrollé un ojo extra en la nuca para vigilarla mientras paseamos y así evitemos otro penoso capítulo de "diarios y pastillas".
    Y como ya está todo en orden, aquí va la crónica de la semana. Creo que hasta tendré tiempo e inspiración para escribir algún cuento nuevo para el fin de semana que viene.



    Tengo mi cama al lado del ventanal que ocupa la pared de mi pieza. Escogí esta ubicación a propósito, y no tengo cortina porque siempre  que esté tendida allí quiero poder ver el cielo (estamos en el piso 29, sin ningún otro edificio al frente) la cordillera, los pájaros y las estrellas, las nubes siempre cambiantes, las gotas de lluvia, la ciudad ruidosa e iluminada como un eterno árbol de navidad en la noche, los últimos rayos del sol encendiendo las crestas nevadas al fondo y reflejánose en los vidrios de los edificios... Puede ser que para el verano ponga una persiana, pero ella sólo estará bajada cuando el sol dé de lleno en el cuarto, porque se pone realmente caluroso, pero el resto del tiempo -y de las estaciones- permanecerá levantada, revelandome todo lo que hay allá afuera y me aguarda cada día. Los sonidos, los colores, los aromas, los personajes y sus historias. Mismo siendo una metrópolis agitada y a veces peligrosa y contaminada, su vista, más la del cielo y la cordillera, me producen una enorme paz y felicidad, porque sé que pertenezco aquí y que todo eso que veo por el ventanal junto a mi cama -y por todos los otros del departamento- es mío, hace parte de mí.
     La vista del ventanal y yo somos una sola cosa.

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