domingo, 6 de março de 2016

"Lo mejor"

    Parece que por fin el calor ha decidido darnos una tregua este fin de semana. ¡Hasta un chaleco estoy usando!... Pero es bueno, porque la cosa ya se estaba poniendo medio fea. Por lo menos aquí no hay esa humedad mortal de Brasil, pero que estábamos en los 34 - que, gracias a Dios nos daba un descanso en la noche y en la mañana- y reclamando hasta por los codos, estábamos. Demasiado calor hasta le quita a uno la inspiración y hace que cualquier proceso sea más difícil, pues si ya se suda descubriendo y trabajando nuestros conflictos, ¡imagínense con 34 grados!... No es que los problemas sean más fáciles de resolver en el invierno, pero por lo menos uno puede abrigarse hasta que se le pase el frío, ya con el calor, si no tienes aire acondicionado... ¡A sudar se ha dicho!...
    Pero vamos a aprovechar esta bondad de "El Niño" (que ya nos tiene locos con tantos desarreglos) y vamos a publicar la crónica de hoy.


    Existen muchas sensaciones que nada paga, como un abrazo sincero, una sonrisa, un elogio, entrar por primera vez en la casa propia, mirarse al espejo y gustar lo que ve, escuchar al hijo balbucear "mamá", verlo entrar a la iglesia el día de su matrimonio... y así, suma y sigue... Pero hay algo que, para mí, es muy especial y no me sucedió sólo la primera vez, sino que me ocurre siempre: para mí, nada paga esa sensación de contento y serenidad, de bienvenida, que toma cuenta de uno cuando entra en terreno conocido después de un viaje de cualquier tipo o duración, y empieza a reconocer los edificios, los negocios, plazas y esquinas, los árboles, los perros, los jardines, los sonidos, los colores y olores. Es como recibir un cálido y acogedor abrazo de padre, de amigo, de hermano. Todo allí es cercano y conocido, amigo, relajante. Todas las tensiones e inseguridades, el cansancio y la nostalgia desaparecen como por encanto y parece que el sol brilla más, que el aire es más puro -no importa que vivas en pleno centro- que los sonidos y aromas nos envuelven y penetran para formar parte de nuestra esencia. Y es ahí que uno se da cuenta de que no importa lo lejos que hayas estado o por cuánto tiempo, todo aquello continúa allí dentro, silencioso y fiel, parte de tu identidad más verdadera.
    Se puede haber estado en el lugar más maravilloso, hospedado en el mejor hotel y rodeado de las personas más encantadoras, pero todo eso desaparece en el instante en que pones los pies en tu barrio y, todavía más, cuando cruzas el umbral de tu hogar. Por eso insisto en repetir: lo mejor de salir, es volver.

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