sábado, 12 de março de 2016

"El artista"

    Prometo que la semana que viene tendré algún cuento nuevo, pero es que cuando uno está preocupada en sanar emocionalmente, como que la inspiración se queda calladita, respetuosa de nuestros conflictos y nuestras ganas de salir airosos de ellos, y espera pacientemente hasta que nuestro espíritu esté de pié de nuevo para manifestarse y llenarnos de nuevo con sus historias, esas que comparto con tanto gusto con ustedes... Entonces, un poquito de paciencia que ya, ya retomo mi ritmo, vuelvo a mirar a mi alrededor y a descubrir todas esas experiencias que están esperándome para que las transforme en cuentos.
    Por el momento, lo que no falla son estas crónicas, entonces, aquí va la de la semana, esta vez más larga que de costumbre.



    Llega todos los días puntualmente a las cinco de la tarde, abriéndose paso con su bastón de ciego entre el mar humano que transita a esa hora por el paseo Huérfanos. Llega frente a la tienda de celulares y se sienta un momento en los peldaños para descansar. No sé de cuán lejos viene. En seguida, con todo cuidado, va sacando su guitarra de la vieja funda -que no es más que un saco de lona ya descolorido y gastado- la deja delicadamente en los peldaños a su lado y se pone a doblar la funda. Tiene todo un método para hacerlo, pues así consigue reducirla a un tamaño que quepa en su cinturón. Después, saca un pequeño pedazo de  tabla donde tiene adherida una deslustrada armónica y, con un ingenioso sistema de tornillos y varillas de metal, la acopla a la parte superior de la guitarra, de modo que le quede a la altura de la boca. En esta operación se demora un poco porque, siendo ciego, a veces las tuercas se le ponen caprichosas y no quieren entrar en los tornillos... Una vez que termina con esta tarea, saca un diapasón y se dispone a afinar la vieja y zurrada guitarra. Se concentra y busca la perfección, soplando cada nota una y otra vez y acercando el oído al instrumento, hasta quedar satisfecho. Luego toma el colgador, lo pasa por el cuello y lo engancha diestramente, a pesar del leve temblor de sus manos curtidas y arrugadas... Entonces está listo. Y realmente parece todo un artista en noche de estreno: terno y corbata, zapatos lustrados, un pañuelo en el bolsillo de la chaqueta, afeitado y con un suave perfume a colonia que se siente al pasar junto a él, su infaltable gorro negro -marca registrada de su imagen- y sus anteojos... Suelta unas notas con la armónica y las acompaña con acordes en la guitarra, para conferir si están afinados, y sonríe brevemente, complacido. Ahora, sólo falta el último detalle: de otro bolsillo saca una bolsita rectangular, de un género cuadriculado, y la cuelga del clavijero. Es allí que espera recibir la recompensa por su presentación... Se endereza, respira hondo y empieza. El sonido armonioso y un poco rasgado de la guitarra y la armónica apenas se eleva por sobre el tumulto del paseo. Hay que aproximarse para poder escucharlo. Siempre toca canciones que conozco y termino alejándome -después de haber dejado algunas monedas en su bolsita- tarareando o bailando discretamente... Lo dejo allí, compenetrado y digno, profesional, como el mejor artista sobre el mejor escenario, y me voy siempre sonriendo, llena de admiración y respeto, de ganas de conversar con él para saber su historia y regalarle esa guitarra nueva que tengo botada en la bodega del departamento. Porque con certeza se la merece.

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