domingo, 21 de junho de 2015

"¡Gracias!"

    Bueno, esta semana también hay cuentos, a pesar del tremendo resfriado que me pesqué -de mi hija, que anda por ahí arrastrándose- y de la pésima calidad el aire en Santiago, que no se resuelve con ninguna medida, por extrema que sea. No hay caso, si no llueve o hace algo de viento, vamos a seguir estornudando, lagrimeando y tosiendo. Yo creo que mañana me voy a comprar una mascarilla en la farmacia, porque la cosa está realmente seria. Se sale a la calle sólo en caso de necesidad, porque se vuelve de ella con la garganta y la nariz irritada y, los ojos picando, entonces, hoy me voy a quedar aquí adentro -excepto cuando salga con mis perritas- escribiendo mucho, lo que va a ser muy bueno pues así habrán más cuentos el fin de semana que viene. No se olviden: pazaldunate-historias.blogspot.com
    Y ahora, a la crónica de la semana, entre estornudos y toses:



   Los miramos a huevo, les hacemos el quite cuando pasan, les ponemos cara fea al escucharlos hablar. Están mal vestidos, o con uniformes viejos, zurrados y sucios, en general demasiado grandes. Tienen la piel curtida, las manos llenas de callos o zabañones, uñas sucias, carcomidas. Se mueven en lugares donde nosotros no tendríamos coraje de ir, manipulan materiales que nos asquean, nos  asustan, casi nos ofenden. En general -y por eso mismo- no huelen bien y, buena parte de ellos son groseros, toscos, resentidos, callados, andan medio cabizbajos. Otros son escandalosos, risueños, bromistas, como escudándose en esto para soportar su trabajo y ser notados y considerados. No sé si tienen más vergüenza que nosotros, pero la cosa es que necesitan poner comida en la mesa y, como apenas saben leer y escribir, no pudieron conseguir nada mejor... Sin embargo, en un mundo ideal, mismo que nadie fuera iletrado, pobre o ignorante, alguien tendría que hacer su trabajo, sin importar si estudió en Oxford, porque sin él la ciudad se transformaría en un basural, o entonces, las mercaderías no llegarían a las tiendas y ferias, los baños públicos y hospitales serían antros de hedor e infecciones, las plazas y parques se transformarían en selvas, no se levantarían más edificios, no se enterrarían más difuntos, las escuelas y restaurantes no servirían más comida porque no tendrían más platos y ollas limpios. El pescado quedaría en el mar, las vacas en el campo...
    Entonces, la próxima vez que nos encontremos con una de estas personas que hacen esos trabajos que ninguno de nosotros haría, saquémonos el sombrero, hagamos una reverencia y digámosle: "¡Gracias!"

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