sábado, 14 de março de 2015

"¡Por favor, mírennos a los ojos!"

    Antes de que se me olvide, mañana voy a postar los cuentos cortos que envié para el concurso "Santiago en 100 palabras". No sé si voy a conseguir siquiera una mención honrosa, pero es un buen entrenamiento y lo deja a uno con un qué de suspenso y expectativa positiva durante algún tiempo. Creo que es una buena época para empezar a buscar concursos de cuento y mandar los que ya tengo para ver cómo me va. La mayoría ya los he publicado aquí, en pazaldunate-historias.blogspot.com, pero pretendo ponerme a trabajar para crear nuevos y así tener más material para enviar a la mayor cantidad de concursos que pueda. Voy a empezar por Santiago, después, por las provincias y después, quién sabe, en el exterior, pues sé que hay concursos en otros países que piden textos en español... No pierdo nada con tratar, ¿no es verdad?... No es cosa de vida o muerte -porque mi hija me hizo entender que no tengo que ponerme a producir cualquier cosa como loca sólo porque me siento culpable de no estar "haciendo nada" profesionalmente. A final de cuentas, trabajé mucho por 23 años en una fundación cultural que demandaba un esfuerzo creativo constante y me merezco estas "vacaciones". Pero ya saben, cuando uno está muy acostumbrada a trabajar en exceso, se demora un poco para adaptarse al "ocio" rsrsrs- entonces pretendo tomármelo con calma, porque no quiero que escribir pase a ser algo estresante... Y así que tenga alguno nuevo, lo publico aquí primero.
    Y aquí va la crónica de la semana, con mucha calma y placer, como debe ser.

    Médico de ciudad grande parece que sufre de un mal endémico: le importan un pepino sus pacientes. Puede ser porque atiende a demasiada gente, porque gana mal, porque prefiere su consultorio privado o porque, realmente, le da lo mismo. No crea lazos, no da confianza, no tiene tiempo ni paciencia para escuchar al enfermo, no comparte nada con él a no ser la receta, la medida de presión y el resultado de los exámenes. Mantiene siempre una amable distancia -y a veces ni tan amable- durante la consulta, sonríe poco, no te mira a la cara, su hablar es distraído y lejano, y si la cosa no tiene que ver con su especialidad, entonces la indiferencia es peor. ¡Parece que uno está hablando con la pared!... ¡Ay, qué nostalgia de aquellos doctores de antes, que venían a tu casa y conocían a toda la familia! (médicos de cabecera, se les llamaba) O entonces de esos otros de ciudad pequeña, que son amigos de todo el mundo y se disponen a escuchar y a aconsejar de verdad... En las capitales construyen centros de atención médica demasiado grandes, pensando que atender a una mayor cantidad de personas en un mismo lugar hará que las cosas funcionaran de manera más eficiente, pero en realidad lo único que consiguen es sobrecargar a los médicos y obligarlos a marcar el tiempo de atención para cada paciente como si se tratara de la cola del banco. Ahí, uno ya llega amedrentado, disminuido, porque sabe que el doctor sólo va a tener algunos minutos para ocuparse sólo de lo que aflige al cuerpo. Todo el resto tendrá que ser dejado de lado, sacrificado en nombre de unas estadísticas que hay que cumplir. Mas el paciente tiene un corazón, una historia que a veces necesita ser contada porque forma parte de su enfermedad.
    Yo sufro con este tipo de esquema porque soy una persona extremadamente empática y necesito entrar en contacto, en algún tipo de intimidad para sentirme segura y relajada, bien recibida, y me quedo generalmente muy choqueada con este nuevo comportamiento de estos nuevos doctores...
    Por eso les pido: ¡Por favor, doctores, mírennos a los ojos, sonríannos, tómennos de la mano y dígannos que estarán allí cuando los necesitemos! ¡Dennos a entender que no somos solamente una ficha con un número y que se acuerdan de nuestra cara!... Vayan un poco más allá en el tiempo y el diagnóstico y verán cómo sus pacientes se mejoran mucho más rápido.

Nenhum comentário:

Postar um comentário