sábado, 21 de fevereiro de 2015

"Una recomendación"

    ¿Pescarse un tremendo resfriado en pleno verano?... Sí, es posible, porque yo estoy con uno que me tiene a medio morir saltando, con la nariz escurriendo, la cabeza abombada y el cuerpo lacio. Estoy así desde hace cuatro días y, a pesar de que me estoy empezando a sentir un poquitín mejor, todavía tengo más ganas de quedarme en la cama que de andar paseándome por ahí. Más encima, anoche unos vecinos hicieron una fiesta de aquellas, con karaoké y todo, derecho a aullidos en el balcón y melodías en desafinados y estentóreos coro hasta las tres de la mañana... ¡Imagínense entonces cómo estoy yo hoy día! Sólo estoy sentada aquí escribiendo para no faltar a mi compromiso con ustedes. Y ni me pregunten cómo fui al mercado y me volví jalando ese carrito que parecía pesar una tonelada... Pero en fin, ya que estoy aquí, y que tengo la maravillosa posibilidad de dormir una larga y reparadora siesta después de almuerzo, voy a hacer el esfuerzo y voy a postar la crónica de hoy. Me disculpo de antemano si hay algún error de digitación porque ya estoy viendo medio borroso...


   Cuando veo a ese montón de gente tan llena de problemas que no consiguen solucionar y que no los afectan y perjudican solamente a ellos sino también a su familia y a todos los que están cerca, que interfieren en su vida profesional y a veces los llevan a cometer actos extremos y sin vuelta, me convenzo de que todo el mundo debería hacer terapia psicológica por lo menos una vez en la vida. No sé, tal vez esto podría formar parte del currículo escolar o profesional por un año para que, por lo menos, las personas pudieran conocerse y aprender a lidiar con la situaciones que pueden ir apareciendo a lo largo de sus vidas. Aprender sobre sus procesos y descubrir algo así como fórmulas, esquemas o dinámicas de percepción y análisis que pudieran utilizar para enfrentar y resolver conflictos, tomar decisiones más acertadas, corregir comportamientos dañinos y facilitar la convivencia con los demás. Yo hice unos seis u ocho años de terapia y puedo asegurar que ha sido una de las inversiones más provechosas y duraderas que he hecho en mi vida, pues hasta hoy puedo usar todo lo que aprendí con excelentes resultados.
    Es verdad que yo llegué al consultorio de mi médica debido a una crisis de pánico, pero si yo hubiera sabido el bien que me haría para todo lo demás y no solamente para solucionar ese problema puntual, cómo iría a mejorar mi calidad de vida después del tratamiento, muro que habría ido mucho antes. Creo que debería ser una especie de opción, y no una obligación o necesidad cuando no se está bien. ¡Cuántos sufrimientos, angustias, conflictos y acciones equivocadas nos ahorraríamos! ¡Es tan agradable poder comprender, aprender a perdonar -sobre todo a sí mismo- a volver atrás, a recomenzar! ¡Es algo tan libertador saber lo que está sucediendo y ser  capaz de reaccionar y salir adelante! No es que la terapia nos vaya a salvar de los disgustos, las pérdidas, fracasos o errores, pero puede ayudarnos a disminuirlos bastante y a hacernos percibir y reaccionar de una forma mucho más positiva y asertiva cuando éstos acontezcan. La cosa no es eliminar los problemas -hasta porque esto es imposible- sino aprender a actuar delante de ellos para no perjudicarnos ni a nosotros ni a los otros.
    Si pudiera - y no sonara tan raro, dada la opinión que se tiene sobre ir a un psicólogo- le recomendaría a todo el mundo algún tiempo de terapia. Con certeza, poco a poco, esto se haría menos necesario ya que lo que se aprende en cada sesión sería pasado de padres a hijos, terminaría formaría parte de la dinámica cultural de comportamiento. Los procesos de la terapia serían asimilados y se volverían habituales y, seguramente, al final tendríamos una sociedad mucho más equilibrada y pacífica.
   ¿Cómo es que no se le ha ocurrido a nadie?

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