sábado, 11 de outubro de 2014

"Construyendo santuarios"

    Parece que yo nunca termino de arreglar, de cambiar, de agregar o quitar, de reeditar y evaluar la disposición e importancia de las cosas para lograr que el ambiente donde vivo o trabajo me acoja y yo me sienta equilibrada e identificada con él... Pero no es que sea una inconformista o una eterna insatisfecha, sino que me doy cuenta de que, a medida que el tiempo pasa, voy cambiando, entonces el escenario donde me muevo también necesita cambiar. Todo tiene que acompañar nuestro movimiento interior y exterior, si no entramos en una especie da batalla en la cual nos sentimos siempre extraños, sin identidad, sin un lugar al que podamos llamar de "nuestro", que tenga nuestra cara, nuestros colores, formas y sonidos, nuestra luz e nuestras sombras, que respete y acoja nuestras emociones, sueños y secretos. Todos deberíamos tener algún lugar, en nuestra casa o trabajo, al que pudiéramos llamar "santuario", ya que es imprescindible que podamos renovarnos, reinventarnos, reciclarnos, encontrarnos y analizarnos cada cierto tiempo y este es el único lugar donde podemos hacerlo con calma y claridad. Puede ser bajo un árbol, en un rincón de la pieza, dentro de una iglesia, debajo de la ducha, en una mesita especial en la cafetería... Cualquier lugar en el que nos sintamos nosotros mismos sirve. Lo importante es que lo tengamos y que contenga nuestra esencia. Allí Dios y los ángeles nos estarán esperando...


    Es increíble cómo las personas -empezando por mí misma- suelen repetir o reproducir patrones de comportamiento, rutinas y escenarios a lo largo de su vida para sentirse seguras y tranquilas, "en casa". Lo de los comportamientos y las rutinas es comprensible, pues también se trata de una cuestión de supervivencia, una actitud casi instintiva, pero el hecho de también reproducir escenarios lo encuentro realmente notable y muy decidor.
    Yo me di cuenta de esto por mí misma, a lo largo de todas las mudanzas por las que he pasado, sobre todo últimamente... ¡Recuerdo que antes mismo de cambiarnos ya estaba planeando repetir ambientes en el nuevo departamento!... Y uno de los que más he reproducido en mi vida, partiendo con la primera pieza que tuve yo sola en mi casa en Santa Júlia, ha sido el del escritorio junto a la ventana, con las dos repisas encima, donde están los diccionarios y algunos adornos, fotos y el florerito encima de la mesa. Parece que si no tengo un lugar de trabajo con esa disposición y características no voy a conseguir producir nada. Yo sé que a todo el ser humano se adapta, pero también sé que si puede evitarlo, lo hará a toda costa. Y yo soy una de esas, pues a pesar de que no creo que no pueda escribir en la cama, en el sofá -con un buen apoyo, claro- o en la mesa del comedor, ese rincón con el escritorio y las repisas es como decir: "Ahora la cosa es en serio, este es mi santuario, el "arte final" de mi trabajo como escritora"... Tengo este cuaderno que puedo llevar a cualquier lugar -y lo hago- pero estoy consciente de que el texto definitivo sólo podrá ser producido en ese ambiente... ¡Y la prueba de ello es todo lo que estoy produciendo ahora que está montado!
    Definitivamente, soy na persona de rutinas (acciones, espacios, horarios, dietas, esto último por una cuestión de salud, pero que no me cuesta porque ya soy metódica y afecta a procesos repetitivos) pero a veces me pregunto si es de verdad tan positivo, porque al ser tan apegada a ellas me trae algunas complicaciones cuando debo adaptarme a cambios "obligatorios", sean de lugar o actividad. Sin embargo, la ventaja es que cuando esto sucede y acepto salir de mi zona de confort acabo disfrutándolo inmensamente -hasta tal vez más que los otros- y le saco el máximo de provecho, considerándolo una victoria. Pero también, después de un tiempo, me muero de ganas de regresar a mi pequeño universo conocido. Por eso siempre digo que lo mejor de salir es regresar.... ¿Es esto un retraso, una desventaja, un obstáculo, o simplemente un "modus vivendi" más común de lo que pienso?... No tengo certeza, sólo sé que necesito ese espacio conocido para reciclarme, para evaluar y meditar los acontecimientos, para producir mis textos y sobre todo para serenarme, equilibrarme y sentirme segura, enraizada. 
    En todo caso, de una cosa sí tengo certeza: nuestra identidad no está sólo en lo que somos o lo que hacemos, sino también en el lugar donde estamos.

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