terça-feira, 5 de fevereiro de 2013

"Hacer la diferencia"

    Creo que tan sólo una vidita modesta y casi anónima le permite a uno tener  experiencias sensacionales y encuentros muy especiales. Como uno no es notorio ni lo andan persiguiendo con cámaras y libretas de autógrafos, como no tiene que rendirle cuentas al público ni nadie se mete en nuestra vida, uno puede andar tranquilamente por ahí, mezclándose con todos, entrando y saliendo, conversando y compartiendo con todo el mundo, adquiriendo sabiduría de la fuente más rica y verdadera: la gente a nuestro alrededor, los acontecimientos banales, los encuentros fortuitos. Por eso aprecio tanto mi anonimato, la falta de brillo, la ausencia de liderazgo. No digo que nunca más vaya a montar y dirigir una pieza de teatro, tratar de dar a conocer mis textos o componer una música que puede volverse un éxito, así como continuar dibujando y pintando e intentar que mis trabajos sean conocidos, pero esto es algo tranquilo para mí porque, de cierta forma, en estas disciplinas uno se mantiene medio que en la sombra, entonces, a pesar de poder llegar a mucha gente y hacer alguna diferencia en sus vidas, uno está escondido, les deja la libertad de imaginarnos, de interpretarnos y hacer o no que nuestra contribución forme parte de sus vidas. Esto me produce una sensación de inmensa libertad y tranquilidad, de independencia y honestidad con mi trabajo y pienso que es así que uno tiene que hacer las cosas... ¡Pero no crean que fui siempre tan "noble"!, ya hubo épocas en que lo único que me interesaba era aparecer, recibir elogios y aplausos... Bueno, sólo envejeciendo para darse cuenta de que eso pocas veces es una compensación que vale la pena por la donación de nuestros talentos...
    Y después de tan profunda meditación espontánea -y que, con certeza va para mi diario-  aquí va la de la semana.



    Es increíble cómo no nos damos cuenta -o nos negamos a admitirlo porque sería asumir mucha responsabilidad- de que podemos, efectivamente, hacer la diferencia en la vida de alguien. Pero no me refiero a ser padres, madres, hermanos, esposos o hijos, en cuyas vidas, claro, podemos hacer una enorme diferencia. No, me refiero a la vida de desconocidos: la dueña de la tienda de abarrotes, la chica del gimnasio, el señor en la fila del banco y aquel otro que pasea con sus perros por el parque, la empleada de la tienda de departamentos... Extraños con quienes cruzamos todos los días, a veces una única vez, a veces más, y en cuyas vidas tenemos la oportunidad de hacer alguna diferencia, ni que sea por algunos momentos, con algunas palabras, un gesto, una mirada, un toque tal vez... Porque hacer la diferencia no es efectuar un milagro, no es transformar la existencia de alguien de un momento a otro, no tiene que ser un acto admirable o radical. No, porque normalmente lleva varias "diferencias" para que la vida de alguien sufra la primera y casi imperceptible mudanza. El ser humano es lento, desconfiado, bien pesimista, entonces necesita una montaña de acontecimientos o encuentros que hagan esta diferencia para que empiece a darse cuenta y a aceptar que puede cambiar, que debe cambiar, que las cosas pueden ser diferentes, mejores. Así, si en un momento -en la sala de espera del médico o en la feria- se encuentra con alguien que gratuitamente le ofrece una "diferencia" puede empezar a operarse este cambio positivo en él. Una sonrisa, una ayuda, un comentario, una gentileza, unos oídos atentos al desahogo, tal vez sólo algunos minutos de atención sincera, la compañía desinteresada por una cuadra o dos, el asiento en el metro, un elogio verdadero... ¡Cuántos pequeños gestos que pueden hacer la diferencia y salvar el día de alguien! ¡Tal vez salvarle hasta la vida!... ¿Por qué no aprovechar las oportunidades que se nos ofrecen, entonces? ¿Por qué ignorar el instinto del bien que yace en nosotros? Todos lo tenemos, pero raramente le permitimos actuar. Lo reprendemos, lo amordazamos cada vez que trata de manifestarse. Parece que le tenemos miedo, o nos avergüenza, estamos convencidos de que nos vuelve ingenuos, débiles, pechoños, nos expone a algún tipo de riesgo... Cuando en verdad nos torna más humanos, más cercanos, más fuertes porque, efectivamente, tenemos el poder de hacer la diferencia -mismo pequeña- en la vida de los otros. Y si ésta se suma a todas las otras que los demás pueden brindar, tal vez salven y transformen el destino de mucha gente que está pensando que no tiene salida y desistió de la felicidad.


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