segunda-feira, 21 de janeiro de 2013

"Editar"

    Bueno, tengo la disculpa perfecta para no haber escrito durante todo este tiempo: estaba poniendo mis apuntes -esto quiere decir mi diario, de donde vienen estos textos- al día para así poder empezar a trabajar en los nuevos y sentirme tranquila y con material para mis crónicas. Porque la lata de dejar pasar el tiempo es que a uno se le termina por olvidar por qué hizo tal apunte, cuál era la lección o la conclusión para el texto, cosa que me dá una rabia tremenda porque lo considero un desperdicio y una ingratitud de mi parte para con las inspiraciones que recibo cada día. A final de cuentas, no estoy taaaan ocupada así como para no tener media horita para sentarme aquí a digitar, ¿no es verdad?. Y como soy tan neurótica e llena de métodos para mis cosas, no conseguía ponerme a trabajar en los apuntes nuevos sin haber terminado todos los del año pasado, entonces, como ven, tenía que dedicarle un tiempo serio a este asunto... Pero ya está todo solucionado y ahora las cosas están en sus debidos lugares. Todas estas inspiraciones son demasiado importantes como para dejar que se acumulen y acaben perdiendose. ¡No puedo ser tan dejada!...
    Y después de este "mea culpa", aqui va la de esta semana, que tiene que ver con las crónicas que estoy enviando al diario en Brasil (¡volví a hacerlo y estoy súper feliz porque las están recibiendo y leyendo y le están gustando a la nueva editora!) porque me dijeron que están demasiado largas -perdí la costumbre de escribir corto- y que necesito editarlas para que puedan ser publicadas... Bueno, siempre es positivo aprender a abreviar las cosas... Sólo que no es el caso de este texto...  Hace apenas una semana que empecé a entrenar la edición de lo que escribo, comenzando con el concurso "Santiago en 100 palabras", que me hizo sudar frío de tan cortos que tenían que ser los cuentos. ¡Imagínenselo, para mí cien palabras son apenas un entremés!.. Pero lo conseguí, entonces estoy optimista respecto a mi capacidad de editar las p´roximas crónicas que mande al diario... Sólo que no es el caso en este texto...


   A veces me asusta y me preocupa el percibir cuántas porquerías pensamos que necesitamos para vivir felices y sentirnos satisfechos. Basta que nos establezcamos en cualquier lugar para que empecemos a juntar una lista interminable de cosas que normalmente nos mantienen endeudados, preocupados y eternamente insatisfechos, porque parece que mientras más tenemos, más necesitamos; parece que siempre nos está faltando algo más, mismo si hasta ese instante nunca nos había hecho falta. Tengo le impresión de que sufrimos -fuera el bombardéo mediático- de una especie de carencia territorial, o de status de posesiones, que necesitamos establecer con todo tipo de objetos. Es como un hambre de identidad, de inmediatismo, de aprovechar todo lo material que la vida puede ofrecernos antes de morirnos (y no llevarnos ninguna de estas cosas a la tumba) Entonces compramos, juntamos, exhibimos, nos andamos tropezando en equipos, carros, electrodomésticos, ropas, zapatos y muebles que, a veces, ni necesitamos. Pero están ahí y todos pueden verlos, eso es lo que importa.
    Pero, ¿y si un día tuviéramos que abandonar nuestra casa, nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro país, y fuéramos obligados a escoger qué llevar y qué dejar? ¿Y si nos dieran una cantidad determinada, una tabla de jerarquías materiales y sentimentales y no pudiéramos llevar nada más que eso? ¿Podríamos escoger? ¿Seríamos capaces de desprendernos? ¿Sabríamos distinguir qué es lo que es realmente importante?... ¿Y sabemos lo que es realmente importante en nuestra vida?
    Bueno, cuando mi hija y yo decidimos abandonar Brasil para regresar a Chile, pasamos por esta experiencia. No podíamos empacar la casa entera y enviarla para acá. No había espacio, no había dinero, no era razonable. Y ahí tuvimos que empezar a seleccionar, y luego a seleccionar de nuevo, y de nuevo, y una vez más, consultando a nuestro corazón y nuestra cuenta bancaria. ¡Hasta de nuestras perritas amadas tuvimos que deshacernos! (y crean que esto fué lo más difícil de todo. ¡Casi nos morimos!)... Pero, milagrosamente, la lista fué reduciendose, reduciendose, hasta que nuestra vida cupo en once cajas de cartón reforzado de 1,80m por 80cm. Y fué con ese equipaje, más el de las maletas, que llegamos a Santiago. Lo que quedó atrás podía ser nuevamente conquistado, adquirido, fabricado. Sin embargo, con el pasar del tiempo nos fuimos dando cuenta de que, en verdad, una buena parte de todo aquello no nos era necesario. Podíamos vivir perfectamente sin ello, era lastre, frescura, exageración, inseguridad, ostentación.
    Así, al escoger ahora nuestro futuro hogar, decidimos que lo queríamos simple, claro, minimalista casi. Un lugar sencillo, limpio, sin excesos, porque preferimos gastar nuestro dinero en museos, teatros, libros, películas y viajes para conocer todos los lugares maravillosos que este país tiene, junto con su gente, en buena comida y música, un buen plan de salud (sobre todo para mí) y una vida sana y sencilla en vez de gastarlo en una pila de objetos en los cuales vamos a andar topándonos más tarde y que nos van a robar espacio y tranquilidad. Nosotros tenemos que ser los dueños de lo que poseémos y no al contrario.
    Créo que una de las cosas más importantes y preciosas que aprendí después de esta experiencia es que en la vida debemos aprender a distinguir lo que es realmente importante. Debemos editar, simplificar, humanizar, para que volvamos la existencia fácil y leve, sencilla y pacífica. Tenemos que desapegarnos, resistir a los apelos de la publicidad, mirarnos recta y sinceramente y preguntarnos si realmente necesitamos esto o aquello, por más tentador que parezca. Tenemos que alejarnos un poco de lo material y acercarnos más a lo humano, a lo vivo, a lo escencial. Todo lo demás se quiebra, se echa a perder, se pone viejo y feo, se gasta, pasa de moda... Claro que tampoco se trata de irse a vivir a una caverna como un hermitaño, sin ninguna comodidad. Las cosas fueron creadas para ayudarnos y facilitarnos la existencia, pero eso no quiere decir que van a tomar cuenta de nuestra vida, de nuestra tranquilidad y nuestro dinero.
    Con certeza, esas once cajas me enseñaron a distinguir lo que era verdaderamente importante de lo fútil, lo inútil, lo substituible, lo pasajero en mi vida. Y esto es algo que jamás voy a olvidar.

Nenhum comentário:

Postar um comentário