segunda-feira, 16 de fevereiro de 2009

El silencio

Bueno, por lo que parece, mi foto continúa paseando por ahí - por lo menos en mi pc- pero eso no es capaz de robarme la inspiración, gracias a Dios... Hoy hace un día perfecto, soleado y con un vientecillo frío que hace cantar todos mis móviles, formando una verdadera sinfonía que me llena el corazón de alegría y paz. Hay pocos días así en nuestras vidas, entonces voy a aprovecharlo al máximo: voy a salir a caminar, voy a respirar hondo, voy a mirar a lo lejos, voy a espiar el vuelo de los pájaros en el cielo y voy a escribir mucho, mucho, mucho...

"El silencio.
Distingo los sonidos: celulares, motores, televisiones, bocinas, aviones, máquinas de lavar, sierras, pistones de mangueras, alarmas, computadores, radios, voces, altoparlantes, fuegos de artificio... Miro a mi alrededor y pienso: "Puchas, cuanto ruido hemos creado a lo largo del tiempo! Cómo conseguimos soportarlo?"... Y lo peor es que parece que pensamos que no es suficiente y continuamos creando más y más. Pero, qué significan estos ruidos? Qué es lo que nos traen, al final de cuentas? Son realmente heraldos del futuro, del progreso, de la inteligencia del hombre, de su poder y felicidad? Conseguimos verdaderamente pensar, sentir, movernos en medio de este concierto desafinado y ensordecedor?... A pesar de todo, la naturaleza continúa soltando sus notas de vida, pero créo que muy pocos consiguen oírlas y disfrutarlas, mucho menos comprenderlas. Pero para qué fué hecho el sonido sino para estimular nuestra percepción, nuestra sensibilidad, nuestras ganas de descubrir y experimentar, para aprender a comunicarnos y, a través de este lenguaje, unirnos y compartir los milagros de la existencia?... No obstante, en vez de esto, el sonido nos aturde, nos embrutece, nos deja sordos. El silencio es sagrado, indispensable, debe ser un ejercicio diario -por lo menos algunos minutos cada día- pues es solamente en él que escuchamos las palabras de nuestra alma. Tenemos que practicar el silencio de los conventos, donde sólo se escuchan los sonidos indispensables para no perturbar el diálogo con lo divino; el silencio de los campos, de los bosques y desiertos, de las montañas, donde sólo el espíritu de la creación habla y revela sus secretos. Hay gente que piensa que el silencio es sinónimo de muerte, de estancamiento, de inactividad, y lo evita a todo costo, pero en realidad, él es rico y poderoso, lleno de vida, equilibrio y serenidad, cualidades que tanto necesitamos en nuestra vida diaria... Hay que estar en silencio para poder oír: oír la voz de los hombres, de los animales, de las plantas y piedras, de las águas y del viento, de la lluvia, de la tetera hirviendo en el fuego, de las carcajadas de nuestros hijos, de los consejos de nuestros abuelos, porque este es el lenguaje de la creación, el lenguaje original, que no perturba el silencio en el cual el alma debe estar para escuchar y comprender la voz de Dios.
Mi propio encuentro revelador y definitivo con el silencio aconteció una tarde en que, sin nada que hacer, decidimos pescar el auto y salir rodando por ahí, sólo para matar el tiempo... Después de un cierto tiempo, ya cansados, paramos en el medio del camino, en una carretera secundaria con poco tráfico. El viaje no había durado mucho, pero ya estábamos acalambrados y con mucho calor... El motor calló, y fué como una explosión al contrario. Mis oídos quedaron zumbando por algunos segundos con el eco de su ronronéo. Abrimos las puertas y descendemos, cuerpo pesado y boca seca. Estabamos rodeados de plantaciones de maíz, de trigo, porotos y soya: alfombras verdes que ondulabam como oceanos bajo el impulso caprichoso del viento. Unas casitas a lo lejos, tractores rojos y amarillos estacionados, corrales, perros, gallinas, patos, establos, vacas pastando... Y el silencio. Esta sensación magnífica, aplastante, que parecía crecer a nuestro alrededor como una ola gigantesca y sobrenatural. Yo conseguía escuchar el viento pasando entre las corridas de maíz, el canto de los pájaros aquí y allá -cuántos pájaros!- las cigarras, el murmullo de un riachuelo corriendo por allí cerca. Eran sonidos tan claros e cercanos que me asombré de su cercanía y claridad... De repente, una infinidad de sensaciones y recuerdos vinieron a mi mente, un aroma verde y picante invadió mi nariz, los colores del paisaje se volvieron fulgurantes... Todo parecía tocarme, decirme alguna cosa... Sí, la quietud que me envolvía y de la cual parecía tener una perfecta y maravillada conciencia, me penetraba de alguna manera, impregnandome, revelandome otra realidad, recorriendome con una vibración escencial, vital, casi instintiva, que parecía extenderse por el paisaje en todas las direcciones... Asombrada, me pregunté si los demás estarían sintiendose como yo. Me volví y los miré. También parecían anonadados, impresionados, los ojos desencajados yendo de aquí para allá... Fué en ese instante en que me pregunté cómo habíamos llegado a tal grado de polución sonora que el simple silencio del campo -con todos seus sonidos- podía dejarnos tan impresionados y conmovidos... "Nuestros sentidos están tan aturdidos, sofocados, insensibilizados por nuestras propias invenciones y ruidos que no sabem más manifestarse en el silencio", concluí . "Pero de qué es lo que estamos huyendo, escondiendonos?...", me pregunté en seguida, desconcertada. Pero no hubo respuesta.
Después de algunos minutos, regresamos al auto, el rugido del motor volvió a tomar cuenta del ambiente y seguimos nuestro viaje... Pero, sinceramente, yo habría continuado caminando, entrando más y más en las plantaciones, en el silencio mágico de esta naturaleza, hasta que él se apoderase de mí por completo, hasta que callase todas las inutilidades de mi corazón y de mi mente...
Nuestro paseo terminó un par de horas más tarde y retonamos al ruido y al afán de todo día, pero yo todavía guardo una pincelada de aquel silencio magnífico y me refugio sin miedo en él cada vez que quiero encontrarme a mí misma.

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