domingo, 6 de novembro de 2016

"Comida

    Bueno, y ahora sí que parece que el calor llegó para quedarse y vamos a poder guardar definitivamente las ropas de invierno y las frazadas y colchas... ¡Ya era hora!... Me encanta despertar con ese cielo azul y la cordillera lila dibujada en el horizonte de la ventana de mi cuarto. Me dan ganas de saltar de la cama y salir luego a las calles a respirar ese aire frío -mismo contaminado- que hay en las mañanas, esa frescura, ese aroma a renovación, a fuerza y optimismo. Nada como un amanecer soleado para levantar el espíritu de cualquiera, no importa si después hace mucho calor. Para eso tenemos abanicos, ventiladores, la sombra de los árboles, aire acondicionado, ropa liviana y muuuuucha agua... Y después, cuando el sol se esconde, la frescura vuelve y se duerme como un bebé. ¿Puedo desear algo mejor?...


    Sentada en la mesa de un restaurante o una fuente de soda, a veces sólo deteniéndose por algunos momentos delante de la vitrina de una sala -lujosa o modesta- llena de mesas con gente comiendo, se puede adivinar mucha cosa sobre esos comensales.
    Hay los que comen despacio, disfrutando cada bocado, concentrados en el sabor, la textura, los colores, la presentación. Otros se fijan en el local, en los garzones, los otros clientes, los transeúntes, el tráfico allá afuera, como si estuvieran a salvo de algo desagradable, como si fueran muy afortunados por estar allí dentro... Algunos comen aburridos, como que por obligación, otros con verdadero hambre, no pierden una migaja, una gota de salsa, un trago de jugo, ni una hilacha de carne pegada al hueso o al tenedor. Unos pocos comen inclinados sobre el plato, como protegiéndolo de la envidia o el deseo de los otros, lanzando miradas desconfiadas a su alrededor. No faltan los que casi usan el celular como plato o cuchara, tan absortos y distraídos están enviando o recibiendo mensajes, importantes o banales. También hay aquellos asquentos que examinan cien veces el plato, el mantel, los cubiertos y vasos, el pan y la mantequilla y sólo pellizcan un poco de comida, sólo para no ofender al que lo invitó o al dueño del local... Pero también hay gente que come feliz y agradecida, con una sonrisa en la cara. Hay otra que se lleva la cuchara a la boca con rabia, con resentimiento y despecho, porque preferirían estar comiendo otra cosa en otro lugar. También hay quien come angustiado, apurado, con culpa por no estar haciendo algo más "útil". Unos se tragan sus deudas, sus frustraciones, su soledad, mastican las injusticias, las despedidas, o entonces los proyectos, los encuentros, los éxitos y los fracasos...
    Así, la comida del plato no alimenta sólo el cuerpo, mas también revela el alma del que come. Lo que somos se refleja en todo, inclusive en la forma y en lo que comemos, sin duda. Por eso hay que sentarse a la mesa feliz, relajado, agradecido, optimista, para que junto con la cazuela, el asado, los porotos, los tallarines o la ensalada de fruta, el omelette de champiñones o el ciervo con salsa de ostiones, también nos comamos la esperanza, la alegría, la salud, el valor, la compasión y la generosidad que puede alimentar a este mundo y hacerlo mejor.

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