domingo, 22 de maio de 2016

"Abrir otra ventana"

    ¡Y ya estoy de regreso, recargada, inspirada, más liviana y con otra mirada!... El viaje, a pesar de sufrido y de los asientos torturadores del avión, valió totalmente la pena y me dejó más convencida aún de que las cosas hay que enfrentarlas, darles pelea, pelarlas hasta llegar al hueso para que así podamos seguir adelante sin fantasmas que nos perturben y nos roben el placer de vivir... Todavía me recupero de esas cuatro horas infernales en el avión, pero todo lo demás está en sus debidos lugares. Ahora hay que continuar, celebrar, crecer, aprender, descubrir y sanar todo lo que necesite ser sanado para que la felicidad y la realización sean completas y duren para siempre.
    Y para empezar la celebración, aquí va la de la semana:


    Es curioso cómo cuando uno es cabro chico o adolescente, hay ciertas cosas que le cargan, le aburren, le parecen innecesarias, ridículas, anticuadas y, cuando crecemos y nos vamos poniendo viejos, resulta que se vuelven recuerdos preciosos y llenos de significados: el izamiento  de la bandera y el himno nacional todos los lunes en el colegio, la ida a misa cada Domingo, los almuerzos familiares en la casa de los abuelos, las fiestas folclóricas, el aseo, hacer la cama, lavar la loza con la mamá, poner la mesa... Parece que cuando crecemos y todo eso se vuelve pasado se despierta en nosotros una sensibilidad, una percepción que nos muestra detalles y sentimientos que en ese entonces y con nuestra falta de madurez no percibimos. Es como abrir otra ventana y contemplar esos acontecimientos con nuevos ojos, es darnos cuenta de que todos ellos crearon profundas raíces en nosotros y nos definieron, nos enseñaron a vivir y compartir. ¿Es el principio o la continuación de la tradición? ¿Un pedazo de la herencia no material que nos tocaba? ¿Son capítulos de nuestra historia que -hoy descubrimos- poseen mucha más importancia de lo que creíamos?... Es pasmoso, y a veces desconcertante, comprobar cómo el paso del tiempo puede transformar nuestra percepción y opinión sobre algo o alguien, cómo las experiencias nos hacen crecer y comprender tantas cosas, darles valor, perdonar, aprovecharlas como lecciones para nosotros  mismos y nuestros hijos. Los hechos en sí son inmutables, sin embargo, parece que al alejarnos de ellos nos volvemos capaces de mirarlos con nuevos ojos, de sentirlos con un nuevo corazón y así transformarlos en pequeños tesoros que alimentan nuestra vejez y que podemos compartir con los demás en forma positiva.

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