domingo, 10 de abril de 2016

"Campamentos"

        ¿Quién no pasa por cambios a lo largo de la vida? Creo que nadie escapa de ellos, desde los más simples y lógicos hasta los más complicados y largos, sufridos, a veces incomprensibles. Pero hay que afrontarlos, hay que pasar por ellos para poder crecer, aprender, seguir adelante y realizarse. Son difíciles y nuestra tendencia es hacerles el quite, dejarlos para más tarde o simplemente ignorarlos, pero las consecuencias de estas actitudes no serán positivas en nuestro futuro... Entonces, ¡coraje! Vistamos nuestra armadura y vamos a dar la pelea, porque con certeza va a valer la pena... Se los dice alguien que está justamente en medio de una batalla campal y saliendo victoriosa poco a poco, con mucho valor, porfía e ingenio. Creo que todo se puede vencer con creatividad y persistencia, entonces, ¡a la lucha!...
    Y después de esta arenga digna de Enrique VIII, vamos a la crónica de la semana:



    Voy caminando despacio por el paseo Huérfanos, aprovechando la temperatura agradable y la brisa de la tarde para pasear y disfrutar el agitado paisaje urbano. Zorzales invisibles dejan oír sus trinos desde los árboles por encima del tumulto, y nos recuerdan que la poesía y la naturaleza todavía existen... Voy pasando lentamente junto a los vendedores ambulantes y sus  carritos, perchas, mesas, cajas y canastos. Los hay de todo tipo: prósperos, modestos, establecidos, improvisados (eso quiere decir ilegales, que están con el ojo atento a la llegada de los carabineros) ordenados y aglomerados, con mercadería decente y con porquerías que hasta pueden ser robadas. Cada uno tiene su espacio, que es respetado por todos, y pasan el día allí, vendiendo mucho o poco, haga frío o calor, algunos optimistas y parlanchines, otros callados y con la expresión cerrada, cansados, desanimados. Cada uno representa un pequeño y único universo, sin embargo, todos tienen algo en común: el campamento. Porque junto -o debajo- a su puesto hay montado un pequeño comando de supervivencia compuesto de termos, taburetes, bolsas, ropa, marmitas, cajas, frazadas y hasta juguetes, coches y pañales cuando son obligados a llevar a sus hijos pequeños o a tenerlos por ahí después que salen del colegio. Allí ellos comen, duermen, se cambian de ropa, juegan con los hijos, pololean, intercambian confidencias, aguantan la intemperie con paciencia, siempre esperando al cliente, bien abastecidos gracias a sus pequeños campamentos, en donde hasta tienen una radio para alegrar y acortar la jornada.
    Yo no tengo un campamento. Yo vivo en un departamento de 3 dormitorios donde hay de todo. Yo no necesito montar uno porque no me lo paso la mayor parte del día en la calle. Yo tengo paredes y un techo para abrigarme, tengo baño, agua, refrigerador, cocina. No tengo que comer marmita fría con todo el mundo mirándome. Mis hijos no juegan en la calle, mezclándose con los extraños que pasan, no se quedan dormidos debajo del carrito, sobre una frazada en el suelo, dentro de una caja de cartón. Yo no dependo de las ventas del día -a veces ninguna- para poner comida en la mesa.
    Los vendedores y sus campamentos me recuerdan lo afortunada que soy, lo tanto que tengo para agradecer y lo heroicos que podemos ser a veces, cuando no tenemos otra salida y que, por eso mismo, no nos damos cuenta a veces de lo que somos capaces.

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