sábado, 20 de setembro de 2014

"Mantenerse cerca"

    Es divertido, y muy animador, cuando se espera que sucedan cosas buenas, y ellas suceden. Lo hace sentirse a uno como un niño que confía en que su padre nunca le va a faltar y que está siempre atento a nuestras verdaderas necesidades. Porque existen aquellas que nosotros nos imaginamos que necesitamos y esas otras que son las que verdaderamente nos hacen bien y que nuestro padre conoce perfectamente... La felicidad que nos trae la confirmación de nuestra fe en que estas cosas buenas ocurrirán parece que es más intensa, más profunda y verdadera (como un niño que recibe un regalo que deseaba mucho) pues es inmediatamente acompañada por un profundo y sincero sentimiento de gratitud e infantil alegría... Pero ahora yo me pregunto: ¿Cuántos de estos regalos recibimos sin darnos cuenta? ¿Cuántos olvidamos agradecer, disfrutar, compartir?.... No seamos mezquinos con lo que recibimos y permanezcamos atentos, optimistas y abiertos a todo lo bueno que la vida nos ofrece cada día, pues podemos terminar perdiendo las cosas buenas por estar demasiado pendientes de las malas.


    Siempre hablo -y creo que nunca voy a dejar de admirarme- sobre cómo Dios es encantador y se adapta a nuestras particularidades de formas tan creativas y simpáticas, totalmente faltas de ceremonia y reglas. Todo para mantenerse cerca (y, ojo, que no digo "mantenernos", sino "mantenerse") para que podamos comunicarnos con El a nuestra manera y sentirlo realmente como el padre que es.
    Siempre me acuerdo de esos dos relatos -ambos de monjas carmelitas en las biografías de santa Teresita de Lisieux y santa Teresa de Los Andes- que dan una muestra de esta diversidad tan tolerante y empática de Dios para con sus hijos: La primera monjita sufría de un trastorno de déficit de atención (creo yo, por la descripción que da de su problema) y no conseguía concentrarse a la hora del Oficio y las oraciones, lo que le causaba gran angustia y culpa. Muy afligida, fue a conversar con la madre superiora, creyendo que hasta podría ser expulsada del convento por este problema. Sin embargo, Dios ya sabía todo y conocía la virtud y la vocación de su corazón y decidió actuar a través de esta madre superiora que, al escuchar a la compungida religiosa, en vez de llamarle la atención, le sugirió, contra cualquier expectativa o regla, que a la hora de los oficios y rezos, ella se dedicara a pasear con los perros -las carmelitas siempre tienen uno o dos perros en sus claustros- y pensara en Dios y sus maravillas... ¡La monjita no podía creerlo!... La superiora había encontrado una forma de sacarle provecho a su situación, claro, guiada por la misericordia y la comprensión infinita de Dios. Sólo podía ser obra Suya.
    Así también sucedió con otra religiosa que, por ser muy simple, no conseguía acompañar las oraciones en latín y le confesó a la superiora que lo único que hacía en esos momentos era rezar el "Padre Nuestro" muy lentamente, con todo su corazón... ¿Respuesta? La madre la felicitó y la puso como ejemplo delante de la comunidad, pues afirmó que había descubierto la forma más perfecta de oración.
    Y así van las historias -algunas verdaderamente asombrosas- de cómo Dios se adapta, busca, respetando nuestra identidad, nuestras limitaciones y defectos, y encuentra una forma de estar en nuestra vida, de mantener la comunicación sin importar quién somos, dónde estamos, lo que hacemos, qué defectos tenemos, cuáles faltas cometemos. Si somos sinceros y deseamos realmente que El esté con nosotros, nada se lo impedirá, porque para El basta nuestro querer, por menor que sea. Todo lo demás, todo, viene de Su parte.

Nenhum comentário:

Postar um comentário