Me encanta levantarme temprano y salir a la
calle para respirar el aire frio de la mañana y encontrar a esa multitud
apresurada que se dirige a sus trabajos… Expresiones de las más diversas, mil
atuendos, diferentes velocidades y pensamientos pasando por sus cabezas. En
todo lugar se respira esfuerzo, determinación, creatividad, persistencia. Todos
se preparan para la batalla diaria, para cumplir sus metas y abonar otro día
para el salario de fin de mes… Mientras camino con paso firme por el paseo
Bulnes, esquivando ciclistas y trabajadores, estudiantes y turistas con sus
cámaras y acentos divertidos, veo cómo la ciudad despierta, las personas van
llegando a las tiendas, oficinas, restaurantes, a sus esquinas y bancos con sus
bolsas, periódicos, teléfonos, maletines, carritos, mangueras y escobillones, y
van tomando sus lugares, empezando a formar parte del inmenso rompecabezas que
es la rutina en este pequeño pedazo de la ciudad. Y veo que en cada rincón
existe ese impulso, esa fuerza, esa creatividad que busca la sobrevivencia, el
servicio, la oportunidad de encontrar un lugar en el quehacer de la metrópolis.
Pero para eso, hay que distinguirse, hay que ser ingenioso, tener una receta
mejor, un local más atractivo, una sonrisa más brillante y acogedora, las
palabras simpáticas, la atención más rápida y eficiente. Y lo que más me
emociona de este desafío diario es que parece que todos tienen la sensación de
que existe una oportunidad de triunfar, de construir un futuro, de crecer y ser
felices, entonces trabajan sin descanso para conseguirlo, venciendo todas las
adversidades y desafíos, con un optimismo y una perseverancia a toda prueba… Y
esto acaba resultando tremendamente contagioso, se siente con perfecta claridad
al pasar delante de cualquier diminuta cafetería llena de gente comprando su
desayuno, de las mesitas del restaurante que son estratégicamente distribuidas
debajo de los inmensos plátanos orientales, de las tiendas y quioscos, de los
vendedores ambulantes que acomodan sus mesitas o manteles en el pasto o la
vereda y arreglan cuidadosamente sus mercaderías para atraer a los clientes…
Todo bulle, se mueve, respira ese anhelo de conquistar, de superarse. No
encuentro personas soñolientas en mi caminata, sino gente animada, despierta,
lista para enfrentar otro día, y no sé por qué esta energía me deja feliz,
orgullosa y con ganas de participar, de contribuir… El clima me envuelve
mientras recorro el paseo, llena mis pulmones de un aire vigoroso y optimista,
me invita a observar, a reflexionar e integrarme, pues parece que a mí también
me espera algo grandioso, una sorpresa positiva a la vuelta de la esquina,
algún encuentro importante –si bien todos lo son, en realidad- algún detalle
que va a contribuir para que mi vida sea mejor y más feliz.
Este es el efecto que mis compatriotas me producen, es la fuerza que
tiene este país.
Nenhum comentário:
Postar um comentário