quarta-feira, 8 de agosto de 2012

Una de esas señoras

Este negocio de cumplir años no es fácil, créanme, sobre todo cuando uno pasa los 50. Cumplí 56 el sábado 4 y salí para celebrar con mi hija y mi hermana. Algo modesto, alegre y relajado. Nada de fiestas, regalos caros o un millón de amigos, tan sólo un almuerzo chino, una película y un paseo por estas calles fascinantes bajo un sol sorprendente para esta época del año. Menos mal, porque siempre llovía o hacía un frío tremendo en mis cumpleaños! Hasta en esto las cosas son mejores aquí!... Conversamos las tres, compramos algunos juegos -scrabble, dominó y sinónimos y antónimos- y así nos pasamos el resto de la tarde, jugando como cabras chicas, riéndonos y conversando tonterías y temas profundos. Uno de estos temas, claro, fué sobre la vejez y la muerte, que no pudo escapar de nuestras mentes porque, claro, uno se pone más sensible a medida que se hace vieja, porque se dá cuenta de los achaques y las limitaciones que empiezan a aparecer, de la falta de disposición, del estómago delicado... Sí, definitivamente, como dice mi hija, el tiempo pasa y uno no se pone más joven, esto es algo que hay que aceptar.
Cuando me fuí a acostar aquella noche, demoré para dormirme porque me quedé reflexionando sobre esto, y al día siguiente decidí escribir al respecto, cosa que me llevó a algunas conclusiones bien interesantes.

Vejez. Decadencia. Muerte... Cómo lidiar con estas perspectivas asustadoras que se acercan inexorablemente? Son verdades absolutas, naturales -mismo que luchemos tanto contra ellas y tratemos de disfrazarlas con un arsenal de cremas y cirugías- y nadie consigue escapar de ellas. Todos los días me cruzo con personas viejas en todos los lugares, las saludo, converso con ellas, las observo en sus actividades, y no puedo evitar preguntarme cómo será que están lidiando con esta situación, si están saludables como parecen, si tienen miedo, si algo las inquieta. Será que algunos, en verdad, no tienen -o no quieren tener- una conciencia real de que el tiempo pasó -y continúa pasando-  y de que no son más los mismos? Será que se resienten de los achaques, las pérdidas, de tanto remédio, de la fragilidad, de la dependencia que vá instalandose subrepticiamente en sus existencias? Tienen noción de la lenta e inexorable decrepitud que se avecina?... Pues parece que algunos no, porque continúan sus vidas como siempre, alegres y dicharacheros, bien dispuestos, optimistas y llenos de planes para el mañana. Y yo estoy convencida de que soy uno de ellos porque, sencillamente, no consigo verme vieja, porque no me siento vieja y anticuada, averiada, separada de la sociedad. No niego que a veces me asaltan algunos relámpagos de conciencia (sobre todo desde que entré en la menopausia. Nadie se lo merece! Menos mal que existe la reposición hormonal!) sobre mi propio envejecimiento, sobre la muerte, las enfermedades que pueden aparecer todavía. Sin embargo esto no llega a angustiarme o a arruinar el placer, el optimismo y la felicidad que siento en estos momentos. Sé que la muerte es el fin, pero en realidad,es la forma en que vamos a llegar a ella lo que nos asusta. Sin embargo yo, personalmente, todavía no me siento lista para parar y pensar en ello. Para qué anticipar una angustia?
Por el momento, soy una de esas señoras que piensan que tienen toda la vida por delante para crecer, aprender, producir, disfrutar y compartir. Una de esas señoras que queren ser saludables, creativas, útiles, integradas, optimistas y muy activas. Señoras capaces de recomenzar después de los 50, capaces de continuar soñando y construyendo, ayudando, inventando, haciendo la diferencia. Esta señora soy yo, independiente y feliz, ansiosa por lo que el futuro me depara, sin importar si la vejez y la muerte me esperan. No pretendo detenerme para ponerme a rumiar esto. Quiero que estas cosas sucedan mansamente, de forma natural y serena,sin luchas, que vayan penetrando en mi día a día sin estruendo, sin aspavientos, como una caricia del tiempo y del destino, una llamada desde la eternidad que espera por mí. Quiero entrar en ella, sí (hasta porque es imposible no hacerlo) pero no pretendo irme antes de tiempo, porque no quiero vivir esperando la muerte, la decrepitud, el miedo. Quiero morir viviendo aquí, ahora. Solamente así estaré verdaderamente lista cuando mi hora llegue.

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