terça-feira, 12 de outubro de 2010

La puerta del claustro

Y como lo prometí, aquí está la segunda crónica. El día continúa espléndido -mismo si un poco frío por causa del viento- ya dormí mi siesta, no comí ninguna porquería en el almuerzo (zapallitos italianos rellenos con carne molida y un platazo de ensalada de hojas) y las perras están estiradas encima de mi cama durmiendo su siesta, entonces... Vamos a aprovechar!


    Demoró, fué sufrido; habia días en que pensaba que no existía una salida, un final para la obscuridad y, al mismo tiempo, percibía aquel aliento, aquella chispa casi invisible susurrando, apuntando, colocando las pistas en mi camino. Algunas conseguía ver, pero la mayoría se me escapaba, parecía perfectamente camuflada entre las sombras, volviendose invisible para mí... Cuánta ignorancia, cuántas mentiras, cuantas vueltas y revueltas asolaron mi existencia durante tantos años!... Y yo siempre con esa sensación, esa ansia, esa vaga nostalgia arañandome el pecho! Sabía lo que quería? Sabía de dónde venía todo aquello? Tenía alguna idéa del por qué?... Créo que, en el fondo, mismo sin darnos cuenta o admitirlo, siempre sabemos, sin embargo, la mayoría de las veces nos sentimos desconcertados  con estas certezas porque ni siempre son lo que nosotros o los demás esperábamos o planeábamos y, mismo presintiendo que son verdaderas, les damos la espalda y preferimos recorrer un camino más fácil, más "normal", más dentro de los patrones. La verdad es que nos conocemos perfectamemnte, pero ni siempre tenemos conciencia de esto y acabamos actuando de formas que terminan por alejarnos completamente de lo que realmente somos y de nuestro objetivo en esta vida. Siempre estamos pensando que no somos dignos o capaces de realizar nuestros verdaderos deséos, recelosos de ser desaprobados, juzgados y  rechazados por la sociedad, aislados, castigados, y así, acabamos por rendirnos a las expectativas ajenas y frustramos nuestra propia realización... Y no existe arrepentimiento suficiente en el mundo que compense el vacío que nos acompañará por el resto de nuestros días.
    Yo pasé casi cuarenta años en una búsqueda incansable atrás de mis verdades personales, de la comprensión, aceptación y realización de mis ambiciones más caras y verdaderas, artísticas, personales, morales y espirituales, y el punto culminante de esta búsqueda aconteció la noche en que vi a Kazuo Ohno en el escenário. Aquello fué una de las revelaciones más importantes de mi vida -junto con mi encuentro con Marilene de Oliveira, mi sicóloga- Fué una verdadera iluminación, un instante de contacto pleno y conciente con mi destino, con mi divinidad, con mi escencia. Aquel fué el momento de la opción definitiva, de la recompensa después de tanto esfuerzo y fidelidad, después de tantos encuentros y desencuentros, de dudas, batallas, muchos fracasos y tan pocas victorias... No pude dar la espalda y continuar con mi vida de antes. El mensaje era demasiado claro y directo como para dejarlo pasar: mi búsqueda había terminado... Me encontraba nuevamente ante la puerta del claustro, tomando aquella actitud radical, absurda a los ojos del mundo, preparada para atravesar el umbral, cerrarla definitivamente y entrar en un monasterio sin muros y obedecer las reglas de la Orden de la Humanidad... Qué pánico! Qué felicidad!.. Sin embargo -y como ya lo sospechaba- optar no me trajo la paz, la alegría ni sabiduría instantáneamente. Al contrario, pues optar es solamente el primer paso de muchos en un camino lleno de emboscadas, de viejos y perjudiciales hábitos, de inseguridades y desafíos. Pero hay que caminar, hay que enfrentar, hay que creér, hay que sembrar y cultivar la fuerza que nos hace perseverar y alcanzar nuestro objetivo. Y cuando se está allí, mismo que todavía falten todos los otros desafíos para encarar, veremos que ciertamente habrá valido la pena.

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