quarta-feira, 11 de janeiro de 2012

"Los dos lados"

Es lo que sucede cuando se está de vacaciones: los días no tienen horas, sino que se transforman en largos espacios de tiempo de sosiego, libertad y "viajes" de todo tipo. Es el momento de soñar, de evaluar, de meditar, de revigorizar el alma, la mente y el cuerpo en la paz y seguridad de nuestro hogar; es nuestra oportunidad de olvidarnos de los jefes, las reuniones, los proyectos,  de picar el cartón y del salário ridículo... Ah, cómo es rico sentarse en la hamaca para contemplar el paisaje -cuando no hace un calor de matar, claro- balanceandose lentamente, el cuerpo relajado, aquella pereza tomando cuenta, cuchicheando en nuestros oídos que no hay prisa, no hay rutina, no existen obligaciones ni responsabilidades profesionales! Nadie está mirando por encima de nuestro hombro, a no ser aquella paloma gorda en el borde del techo del garage... Y qué es lo que sucede con tanto ócio, tanta falta de compromiso, tanta pereza? Uno termina olvidándose de que tiene un blog y que este blog tiene lectores que aguardan un nuevo postéo cada final de semana. No es que el mundo se vá a acabar si dejo de publicar un texto -mi blog no es TAAAAN importante así- pero encuentro una falta de respeto dejarlos esperando. Al final de las cuentas hay personas a las que les gustan mis crónicas e hicieron del hecho de leérlas una rutina agradable durante la semana. Entonces, voy a dejar de ser floja y voy a retomar el saludable hábito de escribir alguna cosa todos los días, lo que incluye este blog. Por suerte, el año pasado anduve escribiendo un montón, entonces créo que no voy a necesitar más usar textos antiguos y voy a aprovechar estos últimos. Parece que con toda esta reviravuelta en mi vida mi inspiración está a mil por hora y, ya que, mismo regresando al trabajo el dia 8 de febrero, lo haré con una actitud totalmente sin compromiso, créo que voy a poder continuar produciendo con más frecuencia y gusto. En realidad, voy a permanecer en la fundación hasta abril por una pura cuestión de conveniencia, para poder renunciar con algunas pequeñas ventajas, entonces, en verdad, no tendré ninguna ligación con ella o sus actividades, lo que me dejará libre y tranquila para escribir... Y tal vez, brevemente, tengan algunas sorpresas... Desgraciadamente, todavía no puedo contar todos los planes que tengo para este nuevo año porque temo que si las noticias escapan antes de tiempo alguien puede ponerme dificultades para que cumpla mis proyectos. Entonces, como la discresión es un tesoro inestimable para el éxito de nuestros planes, van a tener que esperar un poco más para saber lo que vá a pasar. Mi divorcio está casi saliendo, pero todas esas cosas burocráticas son sumamente demorosas y sólo nos roban la plata y atrasan la definición del proceso. Es duro tener que aguantar una situación por cuestiones legales cuando, en realidad, ella ya terminó hace tiempo... Pero como las cosas funcionan así por aquí, es mejor armarme de paciencia, optimismo y perseverancia. Lo que importa es que el nudo se desate, y que lo haga suavemente, no es verdad?...  
    Bueno, y después de dadas las debidas disculpas y hecha la promesa de mantener el blog actualizado, voy a la crónica de esta semana. También la envié al diario, pero estoy medio desanimada con ellos porque hace mucho tiempo -desde agosto del año pasado- que no me publican nada. No sé si se aburrieron de mí o si no le gusté a la nueva editora, el caso es que, por descargo de conciencia continúo enviando textos, pero con bastante menos frecuencia. No pretendo desperdiciar mi trabajo  enviándolo si no vá a ser publicado. Quién sabe no termino publicando sólo en este blog... Después de todo, hay que ponerse práctica en ciertos asuntos, no es verdad?...

Hay gente que está de vacaciones -como yo- y anda por ahí de shorts y camiseta, condoritos y una expresión sonriente, casi atontada, en la cara. Abren el portón de la casa y salen a la calle con un aire de total deslumbramiento, caminan despacio, mirando el paisaje a su alrededor como si fuera la primeira vez que lo ven; saludan a los  vecinos, llevan a los niños al parque y hasta se divierten con ellos, van al mercado sin reclamar y aprovechan para recorrer largamente cada corredor descubriendo todas las novedades que no tienen tiempo de ver el resto del año, van a la fuente de soda a jugar billar y tomarse unas cervezas con los amigos en plena tarde. Se levantan a la hora que quieren y comen porquerías que no son permitidas en época de trabajo, ven el partido de football o la novela desparramados en el sofá como gatos al sol, sin prepocuparse de la barba, el peinado, el maquillaje, la corbata. Se dan el lujo de sentarse en el porche al atardecer, de salir a pasear con el perro, de conversar con aquellos vecinos con los cuales raramente se cruzan durante el resto del año. Le dan una cortada al pasto, lavan en auto en día de semana o marcan hora en la peluquería... Respiran hondo y cuando se van a acostar esbozan una sonrisa beatífica al percibir que al día siguiente no van a tener que saltar de la cama cuando el despertador toque -sobre todo porque éste NO vá a tocar- para ir a la oficina, a la escuela,  a la tienda, al mercado...
     Pero también hay gente que todavía está trabajando y que entrará de vacaciones cuando los otros retornen a sus labores. Pues la ciudad tiene que continuar funcionando, prestando servicios, vendiendo, transportando, construyendo, creciendo... Y éstos andan por las calles con caras malhumoradas y sombrías, en una mezcla de desesperación y rabia, sudando a torrentes bajo el sol inclemente de este verano, con pasos rápidos y firmes, como queriendo acelerar la jornada, o entonces, con un andar descorazonado y lento, conformados con la eternidad absurda de cada día. Parecen cargar el peso del mundo sobre los hombros y no consiguen ser simpáticos, optimistas o serviciales porque se sienten injusticiados, despreciados, castigados por las fuerzas divinas, que parecen conspirar para estirar el año sólo para atormentarlos. Pasan el día llenos de envídia y frustración al ver a aquellos otros afortunados que pasean de bermuda y alpargatas, sin reloj en la muñeca, ni corbata o uniforme  estrangulandoles el corazón, los sueños, el cansancio... Y cuando sus miradas se cruzan, uno en la tienda tratando de agradar a un cliente, o digitando en el computador de la oficina de contabilidad, cargando cajas en el depósito o aguantando jefes delirantes y sin ninguna consideración; el otro en la vereda mirando las vitrinas o conversando relajadamente como no consigue hacerlo el resto de año, vestido desaliñadamente, tomando sus propias decisiones, sin reglas, inspecciones, reuniones, sermones ni reloj punto ahorcando su día, hay un segundo, una fracción de segundo, en la cual cada uno consigue verse en el lugar del otro: el que está de vacaciones siente un escalofrío recorrerle la espina dorsal y una debilidad en el estómago y las piernas al imaginarse de vuelta al trabajo. El otro, al contrario, se siente tomado por una onda de esperanza, de alivio, un temblor de revancha al imaginarse allí, en la calle, sin rutinas ni stress, sin horario de almuerzo ni omnibuses llenos... Ambos saben que en poco tiempo más ocurrirá el cambio de lugares y, mientras uno continúa sus vacaciones con una puntada de angustia por la repentina  certeza de que su descanso y su libertad serán encarcelados cuando llegue el final de mes, el otro se esmera en un trabajo cansador y mal remunerado con la certeza gloriosa de que su propio tiempo de descanso y libertad llegará brevemente, y entonces será él quien se detendrá a contemplar con ese aire de superioridad y compasión a aquellos otros que están de vuelta a la rutina.
    Sin duda, tener la oportunuidad de estar de un lado y del otro de la historia nos dá siempre la dimensión exacta de los acontecimientos, de las reacciones, sensaciones y sentimientos, tanto de los otros cuanto de nosotros mismos. Por eso, no sólo debemos aprovechar el lado bueno de una situación, también tenemos que aprender nuestra lección del lado malo.

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